EL VALOR DE UNA
REIVINDICACION SOCIAL
Somos
responsables del pasado que hicimos
para
ser responsables de un futuro que llamemos nuestro.
Carlos Fuentes
El miércoles 18 del presente se
conmemoró el XXXVIII aniversario de la huelga general en los campos del Valle
de Culiacán y el XVI Aniversario luctuoso de Joel Ramírez Montes. Comparto con
ustedes mi intervención en ese evento.
Estamos hechos de historias y de tiempo.
Por ello es importante saber que en el tiempo hay historias que van hilvanando nuestro destino. Y que esos
hechos corren a la par de los afanes y desvelos de la sociedad y son ancla de
sueños de cambio social.
¿Por qué una huelga general en los
campos del Valle de Culiacán el 16 de enero de 1974? Echemos una mirada a la
situación que vivían nuestros campesinos y jornaleros en aquellos años. De
acuerdo al censo de población de 1970, 56 familias concentraban 78,415
hectáreas, eran las más productivas del estado. Esas familias detentaron el
poder en el campo sinaloense.
Muchos campesinos teniendo tierra no la
podían trabajar por falta de créditos y se vieron obligados a rentar sus
parcelas. La Secretaría de Recursos Hidráulicos documentó en 1968 que un 33% de
las pequeñas propiedades en los distritos de riego de la Presa Sanalona no eran
trabajadas por sus dueños y que el 90% de las tierras ejidales en la Presa
López Mateos estaban rentadas a terceros.
Ese era un abierto proceso de
proletarización y de empobrecimiento de los campesinos sinaloenses. Miguel Valdez
Quintero, dirigente campesino en la época declaró preocupado que el
acaparamiento y renta de parcelas alcanzaba las 40 mil hectáreas en el valle de
Culiacán.
En la zona de los Altos, donde no
existía el riego ni crédito oficial, 346 habilitadores o agiotistas imponían
intereses del 50 hasta el 100% a 22 mil 652 pequeños propietarios y a 25 mil
372 ejidatarios y otros 20 mil 555 campesinos sin tierra que viven del trabajo
en ella.
Para 1970 la población trabajadora en el
campo era de 177 mil 691 personas; de ellas 99 mil 598 son obreros y empleados
en fincas privadas, casi el 60%. Agreguemos que unos 127 mil jornaleros venían
de los estados del sur del país a trabajar en la temporada de hortalizas.
El mismo gobierno de Sinaloa reconoció
que en el año de 1970 más del 30% de la población no comía con frecuencia pan
de trigo; que más del 29% no comía carne, leche, huevos y pescado; que más del
57% vivía en casas con piso de tierra; que el 45% vivía en casas de un solo
cuarto; que casi el 49% no tenía agua entubada y que el 14% era analfabeta.
El círculo que analizamos cierra su
primera vuelta si consideramos que los trabajos en el campo, sobre todo en los
campos hortícolas, son trabajos calificados por la OIT como indecentes, porque
no se garantizan los derechos de los trabajadores, porque no hay extensión de
la protección social en ingresos adecuados, en la integridad familiar y en la
seguridad social, ni hay diálogo social que permita la formación de
organizaciones sólidas e independientes de los trabajadores y el trato
civilizado de los problemas planteados.
Todo lo anterior, sumado a las
condiciones de pobreza y desigualdad social en las ciudades y a los reclamos
democráticos de los jóvenes estudiantes en 1968 y 1971, reprimidos
violentamente, llevó a una situación de sensibilidad social especial en el
corazón de la agricultura moderna de Sinaloa.
Desigualdad social y explotación de una
mano de obra cuyos ingresos no eran superiores a los 52 pesos diarios y una
inflación que ya era de 62% en cuatro años; frecuentes accidentes de trabajo
sin costo para el patrón, la afiliación al seguro social no estaba en el
horizonte cercano y el confinamiento de los jornaleros agrícolas en inmundas
barracas bajo vigilancia armada, al viejo estilo porfirista era la realidad
viviente.
No fue casual la convocatoria de
aquellos jóvenes de la Liga Comunista 23 de Septiembre a la huelga general de
obreros agrícolas. No fue mera coincidencia la aceptación inmediata de los
jornaleros. Decenas de miles de trabajadores de los campos hortícolas
paralizaron sus labores reclamando mejores condiciones de trabajo.
Violencia había en las condiciones de
trabajo y violenta fue la respuesta al reclamo. Todos lamentamos el saldo de
ocho vidas que se perdieron en la jornada: cuatro activistas y cuatro policías.
Asalto al Cielo le llamaron los
activistas del 16 de enero a su jornada de lucha, en recuerdo a la toma de
París por sus trabajadores en la primavera de 1871. Y ese hecho histórico tiene
al menos dos méritos que no podemos negar a la distancia de 38 años: enseñó que
los derechos sociales sólo se conservan y amplían luchando por ellos y que los
productores y el Estado empezaron a reconocer derechos a esa parte de los
trabajadores sinaloenses y migrantes a partir de aquella fecha.
Hay grandes deudas por pagar a nuestros
proletarios del campo. Con la libertad con que hoy podemos plantear este
reconocimiento a la lucha de los jóvenes guerrilleros y de los jornaleros
agrícolas de 1974, con esa libertad y nueva determinación también reconozcamos
que ese ejemplo de lucha, tiene que permanecer en la memoria colectiva.
Estamos hechos de historias y de tiempo
y la memoria es el basalto en que descansa la conciencia de una sociedad que
defiende sus derechos. No podemos olvidar nuestra historia ni a sus héroes. No
podemos olvidar el 16 de enero y a sus protagonistas. Olvidarlos –dice Carlos
Fuentes-, es condenarnos al olvido nosotros mismos. La justicia que ellos
reciban será inseparable de la que nos rija a nosotros mismos.”
Muchas gracias.