El miedo/ y las luciérnagas/
encenderán los gritos
Rubén Rivera
─Declarar culpables o inocentes,
invadiendo la competencia del Ministerio Público y de la autoridad
jurisdiccional, ya parece ser el sello de la casa─ Dijo en tribuna la
diputada Sandra Lara, refiriéndose a las declaraciones del gobernador López
Valdez sobre el caso Gema Beatriz Cannobio, muerta a
manos de un policía. La parlamentaria priísta no dejó
las cosas de ese tamaño. Señaló que se estaba en una triple victimización de
Gema: la acción homicida del policía, la justificación de las autoridades de
Guasave y del gobierno estatal y la no existencia de la Comisión de atención a
víctimas del delito.
No es la primera ocasión que la sociedad conoce
hechos tan reprobables como este, donde la autoridad cobra la vida de civiles
en circunstancias en que no se puede demostrar ni agresión o enfrentamiento.
También se ha vuelto un lugar común escuchar justificaciones de la autoridad
ejecutiva municipal o estatal, que no sólo echan humo sobre las averiguaciones
previas que deben abrirse, sino las impiden en no pocos casos. Y si a la
familia de la víctima le gana el miedo a sufrir otras consecuencias mayores, ya
no habrá quien remueva rescoldos de esos abusos de autoridad. El manto de la
impunidad se vuelve tan grande que cubre a quienes obran mal dentro de
instancias oficiales, en cualquier parte del estado donde se encuentren. Las
excepciones, si las hay, sólo confirman la regla.
¿Por qué se adelantan presidentes municipales o
el gobernador a calificar estos hechos, cargando la culpa a la víctima? Es a
todas luces claro que cuando el gobernador López Valdez señala que "a la
autoridad no se debe provocar", no tiene presente las reformas
constitucionales del 10 de junio de 2011, ni los tratados y convenciones
internacionales suscritos por nuestro País, en los que se fortalece el Estado
de derecho democrático. La autoridad (en este caso la policía) no aparece como
una instancia que al ser pagada con los impuestos de los ciudadanos, debe verse
y actuar como empleada de esos contribuyentes.
Pero en esas declaraciones, que por repetidas en
diferentes sexenios, no son menos graves, intentan no sólo imponer un
divorcio entre la autoridad y la sociedad, sino crear la idea de que las
instancias de dicha autoridad pueden estar por encima de la sociedad y de
actuar sin estar sujeta a lo que establece el Estado de derecho democrático.
Nada más absurdo ni más ajeno a la verdad. Baste citar la Quinta disposición de
los Principios básicos sobre el empleo de la fuerza y de armas de fuego por los
funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, para observar la importancia
que la vida y la integridad del ciudadano tiene frente a la autoridad: "Cuando
el empleo de las armas de fuego sea inevitable, los funcionarios encargados de
hacer cumplir la ley, ejercerán moderación y actuarán en proporción a la
gravedad del delito y al objetivo legítimo que se persiga, y reducirán al
mínimo los daños y lesiones y respetarán y protegerán la vida humana."
El procurador de justicia habló sobre los hechos
en que perdió la vida Gema y con conocimiento de causa señaló las faltas que
había cometido la autoridad. Creo que esas
declaraciones ubican las circunstancias de los hechos y abren la esperanza de
que la averiguación previa se realice de acuerdo al debido proceso. La
procuraduría es quien debió dar la cara desde el principio y las otras
autoridades, si bien pueden expresar la preocupación por los hechos y reiterar
que la autoridad competente debe esclarecerlos y procurar justicia, pero en
ningún momento invadir campos de competencia, como lo dijera la diputada Lara.
En medio de tanto desatino en las declaraciones,
nuestro horizonte en materia jurídica no encuentra rumbo. De pronto se nos
presenta más enredado que el proceso que sufre Próspero en La Tempestad
(Shakespeare), por lo que en muchos aspectos se abre la urgente necesidad de
reconstruir todo en materia política y de la vida pública. Por la memoria de
Gema y tantas víctimas sacrificadas en aras del abuso de autoridad, alguien
debe volver a educar (si es que a estas alturas es posible) a la autoridad
sobre la división de poderes y sobre las funciones que deben cumplir
constitucionalmente las diferentes instancias dentro de cada uno de esos
poderes.
Es posible que la desmemoria sea ya tan grave
como la de José Arcadio Buendía, pero así como el fundador de Macondo ponía en
papelitos los nombres de las cosas que lo rodeaban, para que no se le fueran a
olvidar; nada mal estaría que los diputados escribieran en un muro sus
funciones, que el poder judicial hiciera lo mismo y que en el despacho del
poder ejecutivo reinara un pizarrón central con información al alcance de todos
sus funcionarios, incluido su morador central, para
que no se les olvidara para qué existen las otras instancias y sus límites
constitucionales. Quizás nos iría mejor. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com