Los
invito al teatro. Al teatro de la guerra que vivimos. Pedro
Salmerón Sanginés
Y después de una semana de ausencia,
María Olguín sigue desaparecida. Nueve hijos, su esposo, la comunidad de Todoeso y el numeroso pueblo tarahumara de la sierra del
municipio de Sinaloa, esperan que pueda ser localizada y regrese al corazón de
la montaña, de donde nunca había salido en sus 31 años de vida. Ella vino a
Culiacán junto a Fortino Castro, su esposo y unos cuarenta miembros de la
comunidad rarámuri, para exigir al gobernador Mario
López Valdez el cumplimiento de los acuerdos de hace dos años.
Esos acuerdos implicaban una inversión
de diez millones de pesos para el arreglo de 34 vados del camino rural que va
desde Sinaloa de Leyva hasta Quitaboca (unos 75 km) y
que les reduciría dos horas de siete caminarlo. También falta la construcción
de aulas y dos maestros bilingües, la edificación de dispensarios de salud y la
contratación de médicos, la construcción de viviendas, los programas Progresa y
65 y más. Y algo elemental, pero de terrible actualidad: no morirse de hambre.
Así lo demandan.
La suerte no acompañaba a María y al towí Ángel, su pequeño hijo. Una severa bronquitis llevó al
bebé al Hospital Pediátrico el miércoles 21 y durante una semana luchó por su
salud. Allí permaneció María a su lado, sin probar el alimento que le ofrecía
el albergue adjunto, triste, sin que la presencia de Fortino mejorara su estado
de ánimo. El hospital y su ambiente eran algo desconocido a su existencia
exclusivamente rural. El martes 27 se lo dieron de alta.
El gobierno del estado pagaría el costo
del hospital, así se había acordado, pero la
incorregible burocracia no cambia. El acuerdo no se informó a trabajo social y
sin mayor explicación María se encontró en sus manos con un cobro de miles de
pesos. "Se quedó como ida", dijeron las trabajadoras sociales. Y
luego se paró y salió del hospital, sin más. Iba a buscar dinero para pagar, ¿a
dónde? No tenía un peso en la bolsa y le cobraban miles de ellos. Todos los
días brigadas de Voces Unidas por la Vida salimos a buscarla. Lo hace la
policía y nos ayudan los medios. No nos rendiremos.
Por si algo hiciera falta en la
castigada ciudad de Culiacán, el viernes 30 pasado un grupo de delincuentes
enfrentó a un convoy del ejército en la entrada norte de la ciudad. Rescató a
un detenido que traían los militares y que por su condición de herido era
trasladado en una ambulancia de la Cruz Roja. El saldo a lamentar fue de cinco soldados
muertos, once heridos (incluido un socorrista). El hecho definirá buena parte
del futuro comportamiento de las fuerzas armadas en nuestro país y obliga a las
instituciones y a la sociedad a una reflexión sobre el problema de la
seguridad, los programas diseñados y los crecientes presupuestos desde el
infausto Plan Mérida, al que nos llevó el interés del Estado norteamericano.
Y en todo ello brillan, envueltas en
lágrimas y luto, 250 mil vidas de connacionales cobradas en el marco de la
guerra contra el narcotráfico (¿son menos o más?) Lamentemos la pérdida de vida
de policías y soldados, pero lamentemos también la de los civiles, unos y otros
merecían y merecen vivir. Todos dejan padres, hermanos, esposas e hijos
llorando su muerte. Es hora de condenar los hechos de violencia, la que viene
de los grupos criminales, pero también los excesos que se cometen desde el
mundo oficial. Hacerlo parcialmente no ayuda a mejorar la situación difícil que
vive el país.
Alcanzar la paz y la verdadera
gobernanza exigen el ejercicio de ciudadanía, es
decir, de que participemos activamente en la defensa y promoción del Estado de
derecho. En un país donde hay respeto a los derechos humanos no caben los actos
de violencia de la primera semana de mayo de 2008, ni la de mediados de junio
de este año, ambos en Culiacán; pero tampoco acepta hechos como los de La Joya
de los Martínez de 2007.
La cantidad de vidas perdidas, el número
de desaparecidos y desplazados, hablan de manera contundente que los programas
de seguridad han fallado estrepitosamente. El miedo que crece ante la
inseguridad nos lleva a no pedir cuentas a quienes nos deben garantizar
seguridad, sólo atinamos a decir que se incrementen los presupuestos para dicho
renglón. Y lo estamos haciendo estimulados por nuestros vecinos de Estados
Unidos, quienes nos impusieron criterios y compromisos en el Plan Mérida, son
los principales proveedores de armas y equipo, y se dan el lujo de
"supervisar" nuestros programas de seguridad ligados a dicho plan. ¿Y
la soberanía nacional? ¿Y el balance elemental de costos beneficios de esos
programas? Comencemos de nuevo definiendo los conceptos de seguridad, el
interés nacional y la ineludible necesidad de respetar los derechos humanos.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com