Las
mujeres son las grandes olvidadas de la historia.
ElenaPoniatowska
La violencia es la fuente donde abreva buena
parte de las relaciones hombre-mujer. Malas cuentas tendremos que rendir el
próximo 8 de marzo ante el género femenino y ante nosotros mismos. Terrible
anotar que en enero y febrero la suma de mujeres asesinadas en Sinaloa fue de
21, el peor bimestre del sexenio malovista, pues el
más lamentable era el de 2011 con 19. El del arranque. La noche de los tiempos
fue mejor en la relación entre géneros, donde el matriarcado era la figura
central en la organización social; pero al despejar el alba (¿le llamaremos
así?), inaugurada por la maldita propiedad privada, también la mujer se volvió
propiedad. Y el mundo se nos vino encima.
Reitero que los tiempos de Lucy (la australopithecusafarensis de
hace más de 3 millones de años), eran de una admirable barbarie igualitaria, y
sin querer ningún regreso histórico, la vergüenza por lo mal que obramos en
materia de equidad de género, nos debe inclinar a una mejor reflexión para el
día internacional de la mujer. El dolor, hijastro que siempre acompaña a la
nefasta violencia, se ha vuelto la piel de los familiares de 150 mil mexicanos
asesinados en los últimos diezaños,
donde las madres y viudas arrastran no sólo penas, sino la carga de sacar
adelante a sus huérfanos.
Y las infamias que impone esta sociedad que no
termina de abrir sus espacios de poder, económicos, políticos y sociales a la
mujer, no paran ahí. Desde los años setenta del siglo pasado, un grupo de
mujeres, madres de jóvenes que fueron detenidos e inexplicablemente
desaparecidos por la autoridad, comenzó a crecer. A crecer en denuncias y
reclamos, pero también en el número de damas que enfrentaban dicho problema.
Esas mujeres son ahora miles y protagonizan una lucha que ha cimbrado los
pilares centrales del poder político en México y toca el corazón de los
ciudadanos más apáticos. Esas madres hablan de más de 27 mil hombres y mujeres
víctimas de la desaparición forzada. ¿Alguien puede ser indiferente a ello?
Hay algunos hechos, que por el número y las
circunstancias en que se llevaron a cabo ha puesto el fenómeno de las
desapariciones forzadas en la palestra pública. La valentía de las mujeres ha
vuelto a dichos acontecimientos el tema obligado de discusión y emplaza a la
autoridad a dar una respuesta, muchas veces parcial, interesada, torcida, pero
dando la cara, sin poder ocultarse a la luz de esa realidad. Principalmente por
el coraje femenil ante la injusticia no quedaron borrados por el polvo de tanto
camino andado, los hechos en los que desaparece cada uno de los jóvenes
activistas de los setenta.
Lo mismo podemos decir de los acontecimientos
que cobraron la libertad de al menos 27 mil conciudadanos
de 2006 a la fecha. Las madres, hijas y esposas de desaparecidos y
desaparecidas en Guerrero, Morelos, Puebla, Veracruz, Estado de México,
Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Baja California y Sinaloa, entre
otros estados, encabezan la lucha por su presentación y mantienen la exigencia
de parar la práctica de la desaparición forzada de personas. La que realizan
los particulares y la que ejecutan las autoridades.
Hay otros renglones que también exigen una
respuesta clara, pues basta mirar hacia la primera plana de la administración
pública, de la empresa privada y los sempiternos bancos, para encontrarnos con
un inamovible club de Tobi, vedado por definición
para una participación paritaria de géneros. Y a pesar de que los salarios y
las oportunidades de trabajo marcan la desigualdad en detrimento de la mujer,
al menos el 38.4 por ciento de la fuerza de trabajo mexicana viste faldas, es
decir, más de 18 millones. Destacando que casi 14 millones de esas trabajadoras
son también madres.
No paran aquí las historias dramáticas, pues
al menos 3 millones 832 mil mujeres, cumplen su función productiva y son la única
fuente de ingresos para el sostén de sus familias. Son jefas de familia, pues,
con todo y que la paga se ubica por debajo de los dos salarios mínimos en la
mayoría de los casos. Y por si fuera poco todo lo dicho, si echamos un vistazo
a la informalidad económica, las mujeres brillan como tamaleras, panaderas,
costureras, trabajo doméstico, bisutería, chácharas, artesanías, fayuca de todo
tipo, nopaleras, pepenadoras, entre otras actividades.
La vida, la historia y desde luego las mujeres
cuestionan todo el modelo de sociedad que ha generado
y permitido tanta desigualdad e injusticia en la relación hombre-mujer. El
presente nos emplaza a cambiar, no sólo de actitud personal frente a todo lo
señalado, sino a remontar esa etapa que se abrió al aparecer la propiedad, la
división de la sociedad en clases y la subordinación de mujer frente al hombre
y las instituciones políticas, económicas, ecleciásticas
y culturales. Liberarse de esas enormes ataduras, reta a la mujer a empujar
cambios con toda la fuerza de género y nos emplaza a los hombres que
coincidimos con esas aspiraciones a respaldar sin límites esa noble aspiración.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com