Preocupante es llegar al momento de
preguntarnos, ¿Se ha perdido la brújula en materia de seguridad? Han pasado
tantas cosas en este campo de la vida pública, que obligan a reflexionar sobre
la suerte que correremos en el corto y mediano plazo. Por los eventos
lamentables acumulados en los últimos años y meses, prácticamente no hay un
ciudadano que pueda presumir que no ha vivido el papel de víctima del delito o
que no tiene algún familiar, amigo o vecino que no lamente haberlo sido.
Los altos costos que la inseguridad
implica, están pálida pero contundentemente reflejados en las estadísticas
oficiales y en las que se recogen por los medios. No están registrados todos
los homicidios, desapariciones, desplazados ni las pérdidas de bienes
materiales, pero son una rotunda muestra de nuestro mortificado entorno. La
percepción, dicen los que gobiernan y sus colaboradores, no se corresponde
fielmente a la realidad. ¿Desde qué momento las líneas paralelas se bifurcan?
Porque la realidad está ahí, enferma de terquedad.
En un momento complicado como el
presente, toma mayor vigencia y fuerza afirmar que la seguridad es un derecho
humano. Lo es como derecho de un ciudadano y como derecho de la
colectividad. Plantearlo como filosofía y como reclamo para una política
pública efectiva, debe tener consecuencias inmediatas en el hacer de las
instancias involucradas en esta materia. Y como la autoridad ha fallado en
proporcionar las condiciones y medios que permitan el desarrollo de la
vida privada y en colectividad, de manera pacífica y civilizada, los ciudadanos
deben reclamar también el derecho a participar en la elaboración de políticas
públicas y a vigilar que se cumplan al pie de la letra.
Los vaivenes de la inseguridad nos
mantienen al filo de la desesperanza: fugas de reos de alto perfil criminal que
recientemente imprimieron su sello personal a la violencia que se pasea
impunemente en las calles, retenes de la autoridad local o federal cuyo final tiene
saldos muy lamentables en vidas, levantones que terminan clasificando a sus
víctimas como otros más desaparecidos y policías también víctimas de la
desaparición forzada de personas o asesinados aparentemente sin protección de
sus corporaciones.
Nos llama la atención el caso del
maestro y abogado Adolfo Villegas Moreno, que fuera levantado a unos
pasos de su casa cuando regresaba de su trabajo escolar el pasado miércoles 15. Se lleva a cabo en una zona donde hay
una construcción, negocios y a una hora en la que sobran movimientos en la
calle, pero no han llegado a la autoridad o a la familia algún dato concreto
que ayude a su localización. El caso del maestro Adolfo deja una amarga certeza
que no debe pasar desapercibida por la autoridad, no es la única desaparición
forzada que se ha realizado por el rumbo del desarrollo urbano de La
Conquista. Al menos urge que se tomen medidas para detener dicha
práctica en ese punto geográfico.
Otra de las certezas que deja el caso
del retén del kilómetro 122 de la autopista Mazatlán Culiacán, donde muere
atropellado un oficial de la policía federal y quedan heridas la señora que iba
al volante, su hija de 26 años y sus sobrinas de 6 y 8 años. Como no es el
primer caso con saldos graves, recordemos el evento donde una joven de la prepa
Sandino de la UAS recibió un tiro que la dejó gravemente herida, es tiempo de
que los retenes policiacos entren en una seria revisión, porque de principio no
hay sustento legal suficiente para justificarlos, ni han dado los frutos
prometidos y hay no pocas cosas que lamentar.
Cuando en el mes de enero, el comandante Alberto López Vargas de la policía
municipal, libró un ataque contra su casa y su persona, todos creímos que
recibiría el respaldo y cuidado de parte de su corporación. Un mes después se
quejaba públicamente de que se le habían retirado el arma de cargo y la escolta
que lo acompañaba. ¿Qué pasó? ¿Por qué se tomó esa medida cuyas consecuencias
no podían ignorarse? No pocos pensamos que se le protegería enviándolo hacia
algún punto lejano de la inmensa orografía mexicana. No tenía mala hoja de
servicios, más bien era destacada. Ante ello digamos, alguien tiene la
obligación de explicar y la sociedad el derecho a conocer la verdad.
El trabajo para la Comisión de Defensa
de los Derechos Humanos se incrementa proporcionalmente a las complicaciones en
el campo materia de nuestro trabajo. El trabajo no es nuestra mayor
preocupación siempre lo hemos atendido, pero sí el que desde hace cuatro meses
no tengamos ingresos en nuestra institución para hacerle frente a los
compromisos económicos. El Congreso del Estado volvió a negar nuestra
inclusión en un pequeño renglón del presupuesto. Con pasmosa regularidad nos
llegan los recibos del teléfono, de la energía eléctrica, del agua y la pena
permanente de disculparnos con los compañeros que viven de su trabajo en la
Comisión, porque no hay fondos para pagarles. ¿Qué hacemos? Porque nuestro
trabajo de promover y defender los derechos humanos es una misión
irrenunciable. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com