¿A
quién puedo lanzarle a la cara todas estas palabras?
Veterano
de guerra.
Svetlana Alexiévich
El jueves 15
de junio estará marcado por sus marchas
del dolor. Los familiares de Dayana Esmeralda Fierro,
la niña privada de su libertad el martes 6 del presente, citaron a concentrarse
en la Glorieta a Emiliano Zapata (el caballito), para iniciar una marcha desde
ese punto hacia el Palacio de gobierno. Muchos vecinos de la comunidad de San Pedro,
Navolato, de donde es originaria la niña, se
trasladaron para acompañar a la familia en su dolor y sus demandas. La
autoridad no informa de avances en la investigación y todos nos desesperamos
por no saber del paradero de Dayana.
Por la tarde de ese jueves Los Mochis,
Guasave, Guamúchil, Culiacán y Mazatlán vistieron de blanco su humanidad y de
indignación el alma, en protesta por la muerte violenta de Javier Valdez y por
la notoria ausencia de resultados en las investigaciones de su caso. A la misma
hora, bajo una convocatoria que buscó acercar a todos los sectores organizados
de la sociedad, al saberlos sin excepción agraviados por el fenómeno de la
violencia, con textos muy similares que manifiestan el sentir de los
sinaloenses y con una determinación: reclamar justicia para Javier, incluyendo
en su nombre las miles de víctimas en el estado y reconociéndonos en él todos
los que sufrimos la incertidumbre de vivir y luchar por un Sinaloa mejor.
No han sido fáciles estos últimos meses
y semanas. Ni lo fueron para la sociedad ni para los defensores de los derechos
humanos. Las quejas de familias sobre desaparición forzada de personas ya no
llegan como casos aislados e individuales, ahora registramos con más
frecuencia casos colectivos, en los que los ciudadanos denunciantes vencen el
temor a señalar a las autoridades cuando hay testimonios sobre actuación de
alguna de ellas en este tipo de delitos.
Estos señalamientos, reiterados en la
desaparición de ocho ciudadanos el día viernes 26 de mayo y de siete más el
miércoles 7 de junio, deben encender los focos rojos del Estado. Los frentes
que se abren en materia de violación a derechos humanos vienen del mismo seno
de la autoridad, especialmente la desaparición forzada de personas. Buena parte
del descrédito de las autoridades tiene sus orígenes en el abuso del ejercicio
de sus funciones. Si de verdad se tiene voluntad de parar la práctica de la
desaparición forzada, se tiene que comenzar por limpiar la casa. Ningún caso
donde se presenten datos que lleven a una presunta responsabilidad de
autoridades puede dejarse a la desmemoria pública.
En los últimos años nos han presumido
del control que se tiene vía satélite de las patrullas de policía, por lo que
no nos explicamos cómo pueden algunas unidades desviarse de los itinerarios
previstos, sin tener consecuencias administrativas o penales en su caso. Lo
mismo diremos que si los oficiales están obligados a reportar todo contacto con
los ciudadanos que presuntamente han cometido acciones antisociales, cómo es que
en los mandos superiores de pronto no hay registros de los mismos y terminamos
lamentando la comisión de delitos graves como la desaparición forzada de no
pocos ciudadanos. No basta con negar participación o afirmar que lo hicieron
patrullas clonadas. Esto nos deja más intranquilos, porque de ser cierto esto,
es un asunto muy grave que alguien cometa delitos haciéndose pasar por
autoridad.
Bien dijeron los periodistas el día de
la libertad de expresión, hay que correr el riesgo de gobernar. Y correrlo no es
caminar por la senda del autoritarismo, es hacer de la ley el marco obligado en
primer lugar para la autoridad, para la gestión de la vida pública y de los
conflictos que la cotidianidad provoca a cada paso. Tampoco puede ser lanzarse
a una serie de reformas a las leyes vigentes sin consulta ciudadana alguna, con
el fin de preparar el escenario “legal” que permita seguir en el control del
poder a quienes nunca lo han dejado desde 1929. Correr el riesgo de gobernar no
se ha entendido como el de atender una serie de iniciativas ciudadanas
(congeladas ahora en el Congreso) que reclaman mayor presencia y espacios en la
vida pública. La participación en mecanismos de control de esa vida pública,
pues.
Vemos con mucha preocupación que
mientras el delito desangra al estado de Sinaloa, la autoridad prioriza los
intereses de grupos de poder que garanticen su estancia en el control de la
vida pública. Creo que es tiempo de ver que el costo social de lo que pasa en
materia de seguridad, es muy similar al de un territorio en guerra. La
violencia, que originalmente cobraba víctimas principalmente entre los pobres,
va avanzando peligrosamente sobre sectores de profesionistas y empresarios. En
estos niveles, no hay muchas opciones a tomar: o se para en serio la violencia
o la descomposición del tejido social alcanzará niveles peores que los que ya
tenemos.
Si el Estado no cumple con sus
funciones ahora, la sociedad organizada está obligada a la acción concreta
reclamando que se corra el riesgo de gobernar de acuerdo a un Estado de derecho
democrático o a ocupar los vacíos que la inacción gubernamental deja. No
hacerlo nos condena a la parálisis social y a la renuncia de los derechos más
elementales que una sociedad democrática reconoce en sus ciudadanos. Tenemos
una gran limitante: ninguna convocatoria ha unido en la calle a médicos,
maestros, enfermeras, abogados, agricultores, colonos y empresarios. Seguimos
cultivando los prejuicios de clase o estrato social. Y en todo ello sólo hay un
ganador: la violencia. Mientras todos seamos víctimas, ahora es el tiempo de
una acción social conjunta. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com