Nunca quisimos que tuvieras un número Dayana. Tu nombre y tu encanto personal se abrían espacio
de manera natural en el barrio y en el pequeño universo de tu jardín de niños.
No necesitabas de más. La maldad que gana terreno en nuestro medio y el
principio de fatiga (para decirlo suavemente) que ahoga a las instituciones, en
especial a la Fiscalía General, te dieron un número: eres la 71 de esa dolorosa
lista de mujeres que la violencia ha asesinado durante este año.
Ese número será la marca de la vergüenza de
nuestro tiempo y encerrará para siempre preguntas que no estamos seguros si
tendrán respuestas. Entre otras, ¿qué nos faltó hacer para que no perdieras tu
preciosa vida? ¿Qué mensaje lleva que parte de tus restos fueran depositados
tan cerca de tu casa? ¿Qué hay detrás de tu desaparición y feminicidio?
¿Lo tomamos como un acto aislado? ¿Crimen organizado? ¿Quién fue el autor
material y quién el intelectual? ¿Qué lección aprenderemos de este
incalificable crimen? ¿La impunidad volverá por sus fueros de nuevo en este
caso?
Si no sabemos dónde estamos parados ahora ni el
porvenir que pretende nuestra sociedad, no podremos explicarnos la infamia que
vivimos en el caso de Dayana ni estarán claros el
camino y las zancadas que hay que dar. Con el caso de Dayana
confirmamos que como sociedad, en materia de respeto a la vida, seguimos muy cerca
del tiempo de las cavernas.
Y que el Estado (la autoridad) es tan
inútil en ese campo como también lo ha demostrado ante los recientes
sismos y en los momentos de emergencia social.
Muchas veces el silencio, tanto el que genera
el miedo como la complicidad, conducen a que las víctimas vuelvan a serlo. Una
vez las matan sus asesinos directos y vuelven a ser víctimas de homicidio por
ese terrible silencio de los que ven, de los que oyen y de los enterados por
otros medios. ¿Quién calló aquí?
Otro grave problema es el de las omisiones por
parte de la policía y de la Fiscalía. El día 6 de junio la familia se presentó
de inmediato ante la policía en Navolato denunciando
que Dayana había sido víctima de un levantón y que se
le buscara como desaparecida. En la corporación les dijeron que regresaran al
día siguiente. No es la primera vez que sucede y por más insistencia de nuestra
parte para que se envíen circulares, se capacite a policías y personal que
atiende las denuncias, y que se vigile su trabajo, los errores en este sentido
son recurrentes y provocan muchas pérdidas de vidas por no respetar protocolos.
Sería muy interesante echarle una hojeada a la
carpeta de investigación del caso Dayana. De manera
extraoficial sabemos que a cinco meses de la desaparición de esta niña que
estaba a punto de terminar su educación preescolar, no han comparecido algunas
personas claves para la investigación. ¿Por qué ha sucedido así? La Fiscalía
tiene la palabra. Mientras Daniela y el resto de la familia, sin más elementos
que fortalezcan su anhelo de encontrar íntegros los restos de su Dayana, buscan en los alrededores del punto donde dejaron
una parte de su humanidad.
Como la autoridad no es celosa en la
observación de los protocolos, demostrado hasta la saciedad, nosotros tenemos
que movilizarnos y hacer propuestas para que se fortalezcan esos
protocolos. Propongo crear una instancia ciudadana que vigile la aplicación del
protocolo de búsquedas, bajo el principio de que lo que se haga en las primeras
horas después de una desaparición será determinante para el esclarecimiento del
crimen y para procurar justicia. Y que esa instancia rinda un informe público
semestral, que sea una memoria oficial y que obligue a tomar medidas
correctivas ante las fallas y sancione a los responsables.
Te hemos fallado Dayana,
pero nunca es tarde para hacer algo por otras niñas y mujeres como tú. Si
promovemos esa instancia ciudadana y si vigilamos el trabajo de la Fiscalía
General en algo abonamos para una nueva cultura de procuración de justicia.
También estaremos viviendo para salvar las palabras como nos dice Salvador Espriu, porque hasta el discurso tiene que ser otro, y para
devolver el nombre a cada cosa (y sujeto), pues hoy más nunca tendremos que
asumir que Perla, Melanie, Rosita, Mónica y tu misma,
no son sólo víctimas o un número en las estadísticas oficiales; son sobre todo
un símbolo que dignifica la lucha de sus familias, de sus amigos y de mucho
activistas por devolverle también el nombre pleno a esta agraviada sociedad. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com