Una conquista militar, 300 años de
colonia, una guerra de independencia, cuatro invasiones extranjeras, cientos de
asonadas militares y dos revoluciones, resumen nuestra historia mestiza, donde
las bayonetas han ocupado el espacio que debe guardarse al diálogo. En los
últimos 200 años hemos pretendido construir una República independiente, cuya fortaleza
sean la soberanía del pueblo y el pacto social que representen sus leyes. En
dos terceras partes de ese bicentenario de la República, han sido militares los
que han conducido el país.
Una de las grandes aspiraciones
históricas es que los civiles, nombrados en elecciones libres, sean los
timoneles de la nación. En 1946 parecía que ese sueño alcanzaba tierra firme,
aunque el camino se empañara con la entrada en escena de Miguel Enríquez Guzmán
en 1952, la represión del movimiento ferrocarrilero en la primavera de 1959 y
la masacre de Tlatelolco en 1968.
Atrapado ahora México entre la
mentalidad colonialista de la élite gobernante y los excesos de intervención
norteamericana en los asuntos internos nuestros, no hemos podido elaborar una
política de seguridad sin tomar en cuenta los intereses de nuestros vecinos. Y
la fórmula que se nos ha impuesto es que los graves problemas de narcotráfico y
violencia, ante las debilidades de las instituciones policiales, es la
militarización de la seguridad. Y hemos no sólo observado, sino sufrido un
ensayo que lleva ya 10 años, bajo esa lamentable alternativa, cuyo saldo en
vidas perdidas es de 250 mil aproximadamente, el 68 por ciento de la población
que habita nuestro vecino Belice.
A pesar del fracaso de esa política de
seguridad, el partido en el poder ha elevado ante el Congreso de la Unión una
iniciativa de Ley para legitimar esa estrategia de seguridad. Ya salió adelante
en la Cámara de Diputados, a pesar de las observaciones muy críticas del Representante
de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en
México, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la CNDH, a pesar
de ello, ya buscan que el Senado la apruebe. Ojalá la sensatez y el sentido
común de los legisladores, revisen la angustiosa historia que hay en relación
con las armas del país de Carlos Fuentes, de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la
Cruz y de Rosario Ibarra de Piedra.
Mientras la historia queda en vilo en
esas apresuradas y poco analíticas sesiones del Congreso de la Unión, en
Sinaloa algunas efemérides nos estrujan el corazón: Javier Valdez recién
cumplió seis meses sin que su caso se enrumbe positivamente. Lo mismo sucede
con el caso de Dayana, la niña de San Pedro, el
pasado miércoles cumplió seis meses de desaparecida, contando con un dictamen
forense que nos dice que unos restos humanos encontrados corresponden a su
humanidad. Pueden ser, pero la familia y la sociedad no se convencen del todo,
porque concurren en este caso mil cosas que no permiten dar crédito al informe
de la autoridad: tan pequeña, dan dulce, ajena a las bajas pasiones, tan
desamparada; la vigilancia que abunda en torno a su comunidad; las
complicidades del mundo oficial con los bajos fondos de la sociedad y la
impunidad, que sin agregarle otra palabra lo dice todo.
El martes 5 Guasave salió a la calle
para reiterar su apoyo solidario a las tres familias que sufrieron la explosión
de sus casas hace un año. No hay consignación del caso ante un juez, la
Fiscalía espera un peritaje de alto nivel. Una familia perdió a la madre y las
tres están sin hogar. ¿Hasta cuándo llegará la justicia?
El Comité ciudadano que da seguimiento
al Caso Javier Valdez, solicitó al Congreso del Estado que citara a comparecer
al Fiscal General del Estado, Juan José Ríos Estavillo,
para que informe sobre el mismo. La cita es este domingo 10 de diciembre,
esperamos que no sea una jornada de quedaderas de
bien entre los diputadosy el Fiscal.
Y para las Madres con hijos
desaparecidos, que siguen su búsqueda incansable, van nuestros mejores deseos,
esperando que los venideros días de adviento regresen la lastimada esperanza
que las mueve en pos de sus tesoros perdidos (los desaparecidos). Se fue
Nicolás Avilés, activista estudiantil de finales de los años sesenta y de la
década siguiente. Médico internista y enamorado de su pueblo sinaloense. La
pluma no sólo fue certera en las miles de recetas que firmó, pues fue dueño de
un estilo único en el rescate de tantas historias rurales. Tuve el honor de
prologarle un hermoso cuento: El brujo de las dos magias. Nicolás se va en un
momento en que tanta falta hacen médicos de su calidad científica y humana, y
en el que su fresca narrativa nos sabe a brisa tropical en tardes de canícula.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com