A las puertas del edificio social se escuchan fuertes pasos de
mujer. Y bienvenida sea esa tesonera andadura que reclama derechos y espacios
de igualdad en todos los órdenes de la vida económica, política y social. Es de
justicia reconocer que a pesar de la gran participación de las mujeres en la
Revolución de 1910 a 1917 y en las luchas persistentes que se registraron a lo
largo del siglo XX, el nuevo Estado mexicano hizo todo lo posible por posponer
indefinidamente el reconocimiento de ciudadanía plena.
Sin mucho ruido, la mujer de la posrevolución fue abriendo amplia
brecha ante una sociedad cerrada que limitaba sus aspiraciones de género. La
reforma cardenista necesitó del talento femenino para salir airosa. De manera
masiva la mujer se incorporó a las aulas como alumna y como docente. Y en la
medida que el país se industrializaba y las actividades comerciales y
administrativas alcanzaban la dimensión de una economía dinámica y moderna, la
presencia de la mujer se incrementó como obrera, empleada de los grandes
almacenes y como oficinista.
La década de los sesenta inició una creciente crisis del sistema
que estallaría políticamente en distintas latitudes del planeta y en nuestro
país. En esas manifestaciones puede verse a una juventud que reclama una participación
decisiva en los destinos de su nación. En esas consignas de las
manifestaciones, en los cantos y en las nutridas marchas, la mujer ocupó
espacios muy importantes. Y en los saldos represivos que arrojó esa
participación también la mujer llevó su cuota.
Después de 1968, la utopía perseguida en México en los años
setenta, llevó a muchas mujeres a la lucha sindical, a
las jornadas populares por conseguir un pedazo de tierra donde vivir, a ganar
espacios en las universidades y también a la lucha guerrillera. La cárcel, la
persecución, el exilio y la desaparición, no fueron ajenos a la mujer: como
luchadora de origen o como madre, hermana, esposa o hija, que luego participará
reclamando la amnistía para sus familiares presos, perseguidos, exiliados o desaparecidos
por motivos políticos.
La amnistía y la reforma electoral de 1978 no fueron regalos del
Estado mexicano. Fueron el resultado de una gran lucha del pueblo, en la que
destacan las mujeres, en especial esas que enarbolaron la lucha por la amnistía,
esas pioneras de nuestra lucha por el respeto de los derechos humanos en
México.
Hay otro renglón muy importante a destacar: la participación de
las mujeres indígenas. La rebelión de las cañadas de Chiapas detonó un
movimiento de gran calado en todo el país, reclamando los derechos a la tierra,
el agua, el bosque, los recursos naturales, su cultura y a la inclusión
en los beneficios del desarrollo. La mujer ocupa un lugar de vanguardia en
ello.
Así lo hace en el sureste, en el sur, en el centro y norte del
país.
En Sinaloa, las enfermeras, médicas, maestras de los distintos
niveles, comerciantes ambulantes y productoras agrícolas, se han movilizado en
los momentos que sus necesidades así lo requieren y han tomado conciencia de
que la solución pasa por la organización para plantear demandas y su capacidad
de negociación frente al Estado.
La crisis humanitaria que vive el país ha dado oportunidad para
que la mujer emerja como vanguardia de sus comunidades y de la sociedad. Esa
crisis se manifiesta principalmente en los homicidios, desapariciones y
desplazamientos internos en México. Las mejores gestoras de los pueblos
desplazados son mujeres, eso explica que las amenazas y represiones cobren
víctimas centralmente en ellas; los reclamos de justicia ante la impunidad que
se vive en homicidios y en desaparición forzada de personas, también ha llevado
a la mujer a encabezar los reclamos de justicia ante el Estado y a desarrollar
una actividad inédita hace algunos años: la búsqueda de sus familiares, como
respuesta a la inacción, desinterés e incumplimiento de sus obligaciones de
parte de la autoridad.
Esas mujeres han hecho cambiar las políticas públicas en materia
de derechos humanos. En las legislaciones recientes está su huella, su coraje y
su disposición de no parar en la lucha hasta encontrar a sus seres queridos y
detener la práctica de la desaparición forzada. ¿Qué haríamos sin esas
aportaciones a la vida pública? ¿Qué actitud debemos tomar este 8 de marzo ante
los otros reclamos donde los hombres tenemos que decir y hacer cosas concretas?
Ellas exigen igualdad en la participación de la vida económica (en salarios,
valoración del trabajo doméstico), en la vida política (el 50 por ciento en los
puestos de dirección) y las mismas oportunidades en la vida cultural y social.
Imposible tapar el sol con dedo. Tienen mucha razón. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com