La
pobreza es antesala del infierno. Tenemos muchos ejemplos para probarlo ante el
más obstinado funcionario de hacienda. Esta semana se nos presentaron al menos
dos, por aquello de que luego pierden vigencia: se murió un pequeño de apenas
11 años y el problema inmediato que se le presentaba a la familia era cómo iba
a procurarle una sepultura. Sí, una sepultura sin los calificativos de digna o
decorosa. Simplemente un espacio y algunos enseres imprescindibles para dicha
ceremonia. Y la infeliz funeraria que lo había recogido exigía una cantidad que
la familia no podía desembolsar.
Esa muerte duele más porque
era prevenible, pero los servicios médicos que brindan instituciones como el
IMSS y el ISSSTE están vedados para el 60 por ciento de la población mexicana.
Y hay millones de compatriotas que tampoco tienen ingresos ni para el llamado
Seguro Popular, que no dispone de un solo hospital propio en este valle de
lágrimas nacional. ¿Cuántos días pasó Luis en un rincón de su humilde vivienda
esperando un milagro o que los remedios caseros trajeran el imposible alivio?
No lo sabemos.
Pero esos eternos días de
enfermo no dejan de señalar con índice de fuego a quienes por otro lado se han robado los presupuestos de salud y en otros
renglones los dineros públicos. ¿Cuántas vidas infantiles más valen para haya
políticas públicas de atención a su salud, independientemente de si
tienen seguro social o no? Al margen también de si hay ingresos o no en la
familia para pagar una pinche cama de hospital.
Descanse en paz Luisito y que perdone que las finanzas públicas están diseñadas para atender intereses de los dueños de
Sinaloa, no para las urgencias de los pobres.
El otro ejemplo no es para
menos, el 4 del presente mes desapareció el joven Alberto Guadalupe Núñez Payán.
La familia buscó presentar de inmediato la denuncia ante la Agencia
especializada en desaparición forzada de personas. Así lo hizo. Pero al
ver que ni el agente del Ministerio Público que levantó la queja ni el
investigador les llamaban para informarles de algún avance o para solicitar
información, acudieron ante la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en
Sinaloa.
Acompañamos a la familia
ante la fiscalía señalada. La primera novedad es que al MP que había atendido
la queja lo habían cambiado a otra dependencia y la carpeta de investigación
del Alberto Guadalupe quedó en espera de un nuevo MP auxiliar. Pero le dieron
el consuelo a la familia de que ya debían estar fotografía y datos del
desaparecido en el Portal de la Fiscalía General. Tampoco estaban. La
desesperación de la familia se incrementa porque hay nuevos datos y estos no
habían sido recogidos por la autoridad.
Por estar tan cerca del
accionar de las Fiscalías especializadas en caso de desaparición forzada de personas, puedo explicarme algunas cosas, pero
nunca justificarlas. Entiendo que la fiscalía del centro del estado sólo tiene
un titular y dos auxiliares y que el número de casos a atender rebasan los mil
500, tocándoles al menos de 500 carpetas de investigación a cada uno. ¿Cuántos investigadores
están adscritos a la fiscalía del centro? ¿Cinco, ocho? La tarea que tienen por
delante es humanamente imposible. Con esa infraestructura y recursos la
aplicación del protocolo de búsquedas es todo, menos realidad.
Creo pertinente comentar también
el caso de la niña María Guadalupe Briones Espinoza, porque después del caso Dayana, debiera contarse no sólo con una experiencia
ejemplar, sino con la adquisición de perros de rastreo
para localizar a personas en vida. Pero la insensibilidad sobre este tipo de
problemas ha ido ganando a los funcionarios de la Procuraduría y ahora de la
flamante Fiscalía General, sin que se pueda enfrentar el fenómeno de la
desaparición de personas, tal como lo exige la preocupante realidad que
vivimos.
Y las fallas que hay en la
Fiscalía General en este doloroso renglón, de alguna manera las alivian los siete grupos de familiares que buscan a sus
seres queridos a lo largo y ancho de la geografía sinaloense. Pero no es
aceptable para la sociedad que las instituciones que tanto le han costado no
funcionen y, lo que es peor, sean sustituidas por asociaciones civiles al no
responder a las tareas para las que fueron creadas. Es el caso de la Fiscalía
General.
Ya otros se han encargado de
teorizar los problemas que acarrea la desigualdad social, pero a nosotros nos
corresponde señalar que el Estado mexicano, particularmente la autoridad en
Sinaloa tiene la obligación constitucional de atender la salud y la seguridad
de los sinaloenses. Y que no son tareas a las que pueda abdicar. La voluntad y
la vocación de servicio siempre han roto con la limitación de recursos. Es lo
menos que esperamos aquí y ahora de la autoridad sinaloense. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com