todavía laten en nosotros con sus dolores olvidados.
Jules Michelet
Veracruz y Guanajuato fueron ahora la nota
dolorosa. Las fosas clandestinas no pueden contener a tantos seres humanos que
un día ya no volvieron a sus hogares, a sus escuelas o a su trabajo. La
insistencia de sus familiares ante las instancias de procuración, sus
incansables búsquedas, sus gritos en las plazas y sus lágrimas que inundan
calles, altares y retablos íntimos, han hecho posible que el vientre de la
madre tierra se abra y les muestre a sus hijos. Ya no les acompaña la sonrisa
con la que se fueron, pero son ellos, son sus restos, tan queridos como sus
primeros pasos y su primer abrazo.
Las noticias sobre hallazgos de restos humanos
en fosas clandestinas son frecuentes desde hace algunos años, pero nada nos
prepara para los acontecimientos más graves y qué bueno que así sea, pues la
capacidad de asombro es lo que nos permite recuperar la dignidad humana y curar
los cánceres que matan el tejido social y la armonía de la sociedad. Veracruz
nos pone los pelos de punta al enterarnos que en las decenas de fosas se
encontraron 178 seres humanos. Y que entre los restos había ropas de bebés y de
niños más desarrollados.
Los restos de los adultos allí están, ¿dónde
quedaron los bebés y los otros niños? El informe oficial no nos dice nada al
respecto. Horroriza pensar que en el caso de Veracruz se repita la práctica del
gobierno militar chileno de hace 45 años, de desaparecer doblemente a esos
niños: dándolos en adopción a familias completamente ajenas a los infantes y
cambiándoles la identidad para siempre. El sólo pensar en ello envuelve a
cualquiera en dolores de cabeza.
Guanajuato aparece también con tres fosas
clandestinas y 38 cuerpos humanos inhumados en ellas.
De horror también la noticia. Todo invita a revisar el renglón de las
desapariciones en todo el país. Debemos hacerlo frente al gobierno de Peña
Nieto que ya empaca las maletas para irse de Los Pinos, pero que aunque parta
tiene deudas pendientes en esta materia y que no puede marcharse callado. Las
almas en pena de 150 mil asesinados, las decenas de miles de desaparecidos que
claman su presentación y los trashumantes desplazados que no reencuentran el
camino de sus vidas ante la ausencia de políticas que atiendan los Principios
Rectores de los Desplazamientos Internos de la ONU.
Al gobierno que tomará las riendas del país el
próximo 1º de diciembre, hay que decirle que no habrá Cuarta transformación de
México si estas heridas siguen abiertas y sin atención. En favor de ello hay
que decir que la coyuntura que se abrió con el triunfo de López Obrador,
alimentó la esperanza de una atención adecuada a los problemas que la violencia
oficial y criminal han arrojado. Esperemos que las
acciones del nuevo gobierno vayan más allá de los foros que ahora se realizan y
que los planteamientos que allí estamos escuchando, tomen forma en letras de
molde para tomar la tribuna en el Congreso de la Unión y en los escritorios de
los que diseñan y ejecutan las políticas públicas.
Mientras caminamos hacia la conmemoración del
IV aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, que será el próximo día 26. La fecha nos hace
pensar en los años de impunidad para este caso, pero también en los más de 40
mil casos de desaparecidos. Dos cosas ayudan a renovar esperanzas: el nuevo
gobierno que arrancará el 1º de diciembre y la fuerza moral que el movimiento
ha alcanzado con la incansable lucha de los padres y del movimiento social que
da apoyo incondicional a los familiares de los 43 de normalistas y de todos los
desaparecidos en el país.
También estamos a unos pasos del L aniversario
de la masacre de Tlatelolco. La basura publicitaria oficial nunca pudo contra
la memoria del pueblo mexicano. Un sentimiento movió a los jóvenes estudiantes
de 1968: que el país se abriera a la democracia y a la libertad de expresión.
La represión gubernamental pretendió sepultar esas ideas mostrando su rostro
más fiero y derramando sangre. Nada torció la historia, el pueblo siguió sus
luchas y derroteros. Cincuenta años después puede gritar que la democracia
parece tomar pie firme en la vida pública nacional y la libertad de expresión
gana terreno, a pesar de los altos costos sociales.
No habrá mejor conmemoración del IV aniversario
de Ayotzinapa y del L aniversario del 2 de octubre en
Tlatelolco, sin renovar nuestros compromisos de lucha. Los tiempos presentes
son de esperanza y esta es el mejor alimento en la búsqueda de la utopía. La
generación del 68 cumplió su misión histórica, los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa vivieron con orgullo la herencia de lucha de Tlatelolco,
los estudiantes de la UNAM toman la estafeta por la generación 2018 y nosotros
no podemos sentarnos a contemplar la historia al margen de los hechos. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscarloza.ochoa@hotmail.com