La Montaña

ENTRE EL 26 DE SEPTIEMBRE Y EL 2 DE OCTUBRE

Las almas de nuestros antepasados 

todavía laten en nosotros con sus dolores olvidados.

Jules Michelet

Veracruz y Guanajuato fueron ahora la nota dolorosa. Las fosas clandestinas no pueden contener a tantos seres humanos que un día ya no volvieron a sus hogares, a sus escuelas o a su trabajo. La insistencia de sus familiares ante las instancias de procuración, sus incansables búsquedas, sus gritos en las plazas y sus lágrimas que inundan calles, altares y retablos íntimos, han hecho posible que el vientre de la madre tierra se abra y les muestre a sus hijos. Ya no les acompaña la sonrisa con la que se fueron, pero son ellos, son sus restos, tan queridos como sus primeros pasos y su primer abrazo.

Las noticias sobre hallazgos de restos humanos en fosas clandestinas son frecuentes desde hace algunos años, pero nada nos prepara para los acontecimientos más graves y qué bueno que así sea, pues la capacidad de asombro es lo que nos permite recuperar la dignidad humana y curar los cánceres que matan el tejido social y la armonía de la sociedad. Veracruz nos pone los pelos de punta al enterarnos que en las decenas de fosas se encontraron 178 seres humanos. Y que entre los restos había ropas de bebés y de niños más desarrollados.

Los restos de los adultos allí están, ¿dónde quedaron los bebés y los otros niños? El informe oficial no nos dice nada al respecto. Horroriza pensar que en el caso de Veracruz se repita la práctica del gobierno militar chileno de hace 45 años, de desaparecer doblemente a esos niños: dándolos en adopción a familias completamente ajenas a los infantes y cambiándoles la identidad para siempre. El sólo pensar en ello envuelve a cualquiera en dolores de cabeza.

Guanajuato aparece también con tres fosas clandestinas y 38 cuerpos humanos inhumados en ellas. De horror también la noticia. Todo invita a revisar el renglón de las desapariciones en todo el país. Debemos hacerlo frente al gobierno de Peña Nieto que ya empaca las maletas para irse de Los Pinos, pero que aunque parta tiene deudas pendientes en esta materia y que no puede marcharse callado. Las almas en pena de 150 mil asesinados, las decenas de miles de desaparecidos que claman su presentación y los trashumantes desplazados que no reencuentran el camino de sus vidas ante la ausencia de políticas que atiendan los Principios Rectores de los Desplazamientos Internos de la ONU.

Al gobierno que tomará las riendas del país el próximo 1º de diciembre, hay que decirle que no habrá Cuarta transformación de México si estas heridas siguen abiertas y sin atención. En favor de ello hay que decir que la coyuntura que se abrió con el triunfo de López Obrador, alimentó la esperanza de una atención adecuada a los problemas que la violencia oficial y criminal han arrojado. Esperemos que las acciones del nuevo gobierno vayan más allá de los foros que ahora se realizan y que los planteamientos que allí estamos escuchando, tomen forma en letras de molde para tomar la tribuna en el Congreso de la Unión y en los escritorios de los que diseñan y ejecutan las políticas públicas.

Mientras caminamos hacia la conmemoración del IV aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, que será el próximo día 26. La fecha nos hace pensar en los años de impunidad para este caso, pero también en los más de 40 mil casos de desaparecidos. Dos cosas ayudan a renovar esperanzas: el nuevo gobierno que arrancará el 1º de diciembre y la fuerza moral que el movimiento ha alcanzado con la incansable lucha de los padres y del movimiento social que da apoyo incondicional a los familiares de los 43 de normalistas y de todos los desaparecidos en el país.

También estamos a unos pasos del L aniversario de la masacre de Tlatelolco. La basura publicitaria oficial nunca pudo contra la memoria del pueblo mexicano. Un sentimiento movió a los jóvenes estudiantes de 1968: que el país se abriera a la democracia y a la libertad de expresión. La represión gubernamental pretendió sepultar esas ideas mostrando su rostro más fiero y derramando sangre. Nada torció la historia, el pueblo siguió sus luchas y derroteros. Cincuenta años después puede gritar que la democracia parece tomar pie firme en la vida pública nacional y la libertad de expresión gana terreno, a pesar de los altos costos sociales.

No habrá mejor conmemoración del IV aniversario de Ayotzinapa y del L aniversario del 2 de octubre en Tlatelolco, sin renovar nuestros compromisos de lucha. Los tiempos presentes son de esperanza y esta es el mejor alimento en la búsqueda de la utopía. La generación del 68 cumplió su misión histórica, los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa vivieron con orgullo la herencia de lucha de Tlatelolco, los estudiantes de la UNAM toman la estafeta por la generación 2018 y nosotros no podemos sentarnos a contemplar la historia al margen de los hechos. Vale.

Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/
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