Para
mí, todo se reúne en el verbo huir, no migrar.
MathieuTourliere
La tragedia humanitaria de
Centroamérica está tatuada en el rostro de cada uno de sus migrantes. Este
miércoles estuve con un grupo de alrededor de 250 hondureños que hicieron alto
en la caseta de cobro de Costa Rica. Llevaba mil preguntas a flor de boca para
informarme de la situación actual de su país, de las razones personales para
abandonar su tierra y querencia, del trato recibido por nuestros connacionales
desde el 20 de octubre que entraron a México y de las incertidumbres que ahora
pastorean y se multiplican en la medida que se acercan a la frontera con
Estados Unidos. Al contacto con ellos, el cuestionario se volvió humo.
Se impactó la mirada serena,
ahogada de interrogantes, en hombres y mujeres; no sentí la desesperación ni
actitudes al filo del llanto que en otras ocasiones he visto, palpé esa dudosa
seguridad de que se tiene una cita en un lugar, cuyas consecuencias suenan
ajenas aunque estén adheridas a la piel. Creo que el apoyo brindado por la
sociedad mexicana y por autoridades, les ha dado cierta confianza en este
periplo por tres países. Me pregunto qué tan dura ha sido su existencia en ese
sufrido Honduras, como para que esta travesía hacia el imperio de Trump no los derrumbe.
Mientras eran atendidos por
Lupita Dávalos, la síndica de Costa Rica, que les había llevado agua y
alimentos (que no alcanzaron porque otro grupo que arribó primero de raite se acercó y los compartieron), yo subí a los camiones
y conversé con niños y adultos. Todos de palabra fácil y buscando una
comunicación directa. Pregunté si había enfermos, dijeron que no. Antes se
registró un pequeño incidente donde una joven se cayó al bajar de su camión y
se raspó la rodilla derecha. Nada serio. Una lesión de piel que se remienda
sola.
En Sinaloa sobra la
solidaridad, los alimentos y líquidos que faltaban fueron llevados por el
licenciado Teódulo Quiñones. Y con ello se cubrió la necesidad de alimentos. La
Caravana saldría poco después de las 4 de la tarde rumbo a Navojoa, Sonora. No
observé patrullas de caminos, pero la policía preventiva de Costa Rica se vio
muy diligente en todo momento.
Allí estaban Monserrat de
dos años, Yocelin y Darwin de cuatro y Karina de
cinco abriles, entre otros niños. Los cuatro lucían rasgos delicados que la
crisis que viven no ha podido arrebatar, de pelo ensortijado como todo afrocentroamericano, de mirada profunda e interrogante.
Hasta ahora este viaje quizá les resulte más un paseo que la prolongación de su
tragedia que trasciende su tiempo y sus vidas personales. Ojalá que la aventura
que hoy los acerca a la frontera del norte, custodiada por alrededor de 15 mil
soldados norteamericanos, más todo el personal que ya había en los puestos
fronterizos, con tecnología inimaginable y la novedad de reforzamiento con
alambres de púas, ojalá que sólo implique un obstáculo, no importa que sea
difícil o imposible de cruzarlo, pero que nunca cobre una vida de esos
migrantes. Menos de esos pequeños.
No estoy seguro que el
término aporofobia que acuñó la española Adela
Cortina, para explicar el rechazo a los pobres, pueda
dar luz suficiente para entender que esos niños de la Caravana quedan incluidos
en dicho concepto. Porque además de pobres son niños, ajenos aún a las pasiones
de un complicado mundo que de antemano los excluye de los beneficios del
desarrollo. Me niego a creerlo. Otro de los niños, tiene nueve años y cursaba
el cuarto de primaria, tenía que migrar junto a su madre. Los libros y
cuadernos quedaron atrás y en sus ojos refleja la nostalgia por las aulas y la
animosa amistad de sus compañeritos. Lo más lamentable sería que ya no haya un
reencuentro entre él y la escuela. ¿Aporopaidofobia
sería el término para explicar el miedo o rechazo a niños pobres? Ni quiero
quebrarme la cabeza para explicarlo, me parece mejor comprar una esperanza que
cambie la vida de esos infantes.
La frontera norte mexicana
será escenario histórico en los días que vienen. Se volverá tan importante como
Ceuta y Melilla, por donde se aglomera hoy gran parte de la migración africana
hacia Europa. Hago votos porque la violencia que allá se registra contra los
migrantes no se exprese en nuestra tierra fronteriza. Y que por más propaganda
con rostro de aporofobia y medidas esquizofrénicas de
nuestros vecinos, las consecuencias no cobren vidas y separación de padres y de
esos hermosos niños, como se ha hecho en recientes meses.
Y si el rechazo del gobierno
gringo tuviera éxito, aún les queda el recurso de la oferta mexicana de
legalizar su estancia en México y trabajar. Como muchos, tengo la certeza de
que no hay frontera inexpugnable en ningún recoveco del mundo; así lo ha
probado Europa con las oleadas migratorias del Medio Oriente y África. Así lo
vive en su corta historia EU con la migración Irlandesa, Italiana y
Latinoamericana. No hay cercas ni trancas que detengan lo que la humanidad
viene haciendo desde su más tierna infancia. Los países que diseñaron el
desigual mundo de hoy y que lo han saqueado sin piedad, enviaron buena parte de
su población hacia esas naciones hace ya tiempo para garantizar la explotación
de sus riquezas. ¿Hacia dónde pueden voltear a ver los excluidos de los
beneficios del desarrollo de esos países? Hacia donde marchan ahora esos
“condenados de la tierra”, como nos llamara FrantzFanon, aunque no vayan a cobrar factura por los saqueos de
ayer y hoy. Vale
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscarloza.ochoa@hotmail.com