Podemos decir que la mejor manera de entender una tragedia
es ser parte de ella.
Jesús
Labrada/ Periodista
Comparto con
ustedes mi intervención en el Encuentro de Desplazados y diputados.
No
queremos ser un país que huye, como le ha pasado a Colombia, Guatemala, El
Salvador y Perú. Las guerras intestinas, declaradas o no, convirtieron a
aquellas naciones hermanas en un campo de batalla interminable, con un altísimo
costo en vidas, desapariciones forzadas y, desde luego, en un doloroso y masivo
desplazamiento de la población civil que vivía en las zonas de conflicto armado
o en terrenos apetecibles para bandas criminales y hacendados.
La
violencia, allá y aquí, se volvió la fuente de muchas tragedias. Las
consecuencias se palpan a primera vista en al menos 13 de las entidades
federativas mexicanas. Y por más que se registre una interminable y creciente
lista de vidas perdidas, de personas desaparecidas y de comunidades enteras que
tienen que abandonar su querencia, propiedades y difuntos, pareciera que
“cerramos los ojos para suponer que el otro México desaparecería al no verlo”,
como dijera José Emilio Pacheco. Al menos eso ha hecho el Estado mexicano hasta
hoy.
Lo
decimos porque regiones amplias de Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Durango,
Nuevo León, Veracruz, Morelos, Michoacán, Guerrero, Morelos y Sinaloa, entre
otros estados, han sufrido los embates violentos entre bandas o entre estas y
las fuerzas federales y las consecuencias que arrojan en materia de
desplazamientos, el impacto sobre las economías locales y la pérdida en cadena
de sus derechos humanos.
El
Estado negó el fenómeno cuando todos llamamos la atención sobre el
desplazamiento forzado de grupos de personas y, cuando no tuvo más remedio que
aceptarlo, lo hizo; sin que por ello se tomaran las medidas que el caso
amerita: la atención de la masa de desplazados.
El
Senado de la República tocó el problema cuando Chihuahua, Coahuila y Sinaloa
vivían días en que el corazón se estruja y deja de latir por no saber que sigue
en el mundo de violencia. El Punto de acuerdo tomado fue directo y prudente
para el asunto de los desplazados: Invitaba al Estado a reconocer el problema y
tratarlo tal como lo recomiendan los Principios Rectores de los Desplazamientos
Internos de la ONU. Todavía seguimos esperando que el gobierno mexicano cumpla
con ese punto de acuerdo.
Lo
que hemos registrado son algunas medidas que poco ayudan a los desplazados a
sobrellevar su dura situación. Son medidas parciales y muy transitorias, que no
están viendo el problema de mediano y largo plazo. Y algunas tan absurdas e
irresponsables que aplicarlas significó pérdidas de
vidas. Se les han entregado despensas y enseres domésticos, en algunos casos
atención de salud y empleo temporal. Pero el problema de techo, de vivienda y
de trabajo, es un asunto que ha corrido por cuenta de los desplazados. Y sobre
el problema de la educación para los niños y jóvenes desplazados, salvo
el éxodo de Concordia y el solitario ejemplo del Pueblo de Surutato,
no hubo un solo gesto de la SEPyC hacia ellos. Entre
las medidas absurdas fue invitar a los desplazados a que regresaran a sus
lugares de origen. Costó vidas.
Los
Principios Rectores de los Desplazamientos Internos de la ONU, señalan que en
la atención de las necesidades especiales se prioriza
a los niños, especialmente sin amparo de mayores; a las mujeres embarazadas,
madres con hijos pequeños y jefas de familia; discapacitados y adultos mayores.
Los presentes son testigos que la autoridad no hizo presencia voluntaria en el
primer momento, menos que haya buscado aplicar los Principios Rectores.
De
acuerdo a esos Principios Rectores, una prioridad es que determinemos la
situación que guardan sus derechos para el acceso de sus necesidades básicas
como alimentación, educación, salud, empleo y vivienda; protección contra
ataques físicos y el derecho a recuperar sus bienes o a la indemnización.
Y
mientras el Estado mexicano trabaja en esas prioridades, debe atender otros
lineamientos de los Principios Rectores: la ubicación de los núcleos
principales de desplazados, la ubicación de las comunidades expulsoras de
desplazados y la estimación de la población desplazada, que en Sinaloa se ha
querido reducir a poco más de mil 600 personas, cuando desde 2009 a la fecha el
estimado de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa es de
unos 39 mil 600 desplazados.
Qué
bueno que hoy nos damos cita desplazados del norte del estado y del sur, y los
interesados en el tema; lamento que no estén representadas las instancias del
gobierno federal, a quien corresponde la atención de este problema, de acuerdo
a los Principios Rectores de los Desplazamientos Internos. Pero bien vale la
pena empujar la carreta todos los presentes, para que en Sinaloa y en México
sean escuchados y atendidos los desplazados de la violencia. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscarloza.ochoa@hotmail.com