El 1 de julio de 2018 el pueblo
reaccionó contra un sistema político nonagenario. Y la reacción no fue una
descalificación general y amorfa de dicho sistema. Fue una rebelión electoral
que demandó el desmantelamiento del edificio político y administrativo que da
sustento a tanta desigualdad económica y social. Quienes acompañamos a esos 30
millones a las urnas sabemos que el cambio no es una obra de meses, pero nos
preocupa que muchos de quienes llegaron a puestos de elección popular no asumen
el compromiso de empujar los cambios mencionados.
A menos de un año de caminar el nuevo gobierno la realidad nos habla del
estado desastroso en que el viejo régimen entrega la administración pública y
en el que mantiene aún al país. Basta mirar el endeudamiento que se impuso a
México y los compromisos que se desprenden de él, para contemplar las
limitaciones del presupuesto federal en los renglones que deben atender pobreza
y desigualdad social. Banqueros, especuladores y grandes empresarios pautan, en
buena medida, la distribución de los dineros públicos, volviendo muy estrecho
el margen de maniobra que debe romper el círculo vicioso del modelo que nos
condena al atraso y la miseria de la mayoría.
Las ciudades moldearon su rostro al ritmo de la ruina inducida del
campo, del hundimiento del esfuerzo pesquero, del galopante desempleo la
precariedad laboral urbanos y de la criminal especulación de particulares,
líderes y funcionarios corruptos, que volvieron «habitables» todo tipo de
terrenos, creando asentamientos humanos en lechos de arroyos, en zonas bajas,
invadiendo las riberas de los ríos y limitando peligrosamente cauces naturales
por donde el agua ha corrido por miles de años, creyendo que los pequeños y
modestos arroyuelos no se convertirían nunca en un serio peligro o, lo que es
peor, apostando a que si se presentaban problemas (incluidas tragedias) que las
arree al que desgraciadamente le toque.
En los tres principales municipios de Sinaloa gobiernan representantes
de Morena y creo que no han diferenciado muy bien entre lo que ellos quieren
emprender y las necesidades prioritarias de sus cabeceras municipales. No les
queda muy claro el estado en que recibieron sus municipios, tanto en materia de
infraestructura pluvial, urbana en general, las desigualdades sociales, la
calidad de los servicios públicos y los problemas de seguridad. Y que conste
que las últimas temporadas de lluvias nos han golpeado tanto que no debiera
caber duda alguna sobre los principales frentes que deben atenderse.
La Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa, solicitó a
los seis municipios más dañados por la Tormenta 19E y el Huracán Willa, información sobre el Atlas de Riesgos y las medidas
que estaban tomando para prevenir tragedias humanas. Sólo Culiacán y Escuinapa nos dieron respuesta. Ahome,
Navolato, Mazatlán y El Rosario, ignoraron la
solicitud. Culiacán nos informa que la última actualización de su Atlas de
Riesgos data del año de 2015. A como crece la ciudad y las consecuencias del
cambio climático, hemos perdido cuatro años sin aportar datos a dicho Atlas.
Llamamos la atención sobre el punto geográfico donde falleció la menor
Alejandra: no está contemplado en el Atlas de Riesgos como zona crítica y ya
tuvimos una desgracia.
¿Qué estado guardan los dichosos Atlas en el resto de los municipios? Sólo
los cancerberos responsables de los mismos y Dios, como dice mi madre, lo
saben. Y no cuento entre ellos a los presidentes municipales, porque dudo que
su interés haya llegado hasta allá. Pero si prueban lo contrario, les ofreceré
disculpas públicas.
En la ausencia de respuesta a las solicitudes que hacemos los organismos
de derechos humanos no gubernamentales y en las aceptaciones forzadas de
las recomendaciones y no cumplidas en su mayoría, está el meollo de cómo se
asume la exigencia de cambios profundos en la administración pública y en la
vida del país, que significa el histórico 1 de julio. Simplemente no se asume
el compromiso y en el horizonte de la función pública ni la filosofía de Lampedusa se asoma por accidente (cambiar todo para no
cambiar).
No atender las solicitudes de información de los organismos humanitarios
y sus recomendaciones, que por lo demás es un mandato constitucional y un
compromiso del Estado mexicano ante la legislación internacional, es querer
seguir imponiendo un modelo de administración rechazado por la voluntad popular
en las urnas y cerrar los ojos ante una realidad urbana que no admite
negligencias ni ignorancias sobre sus urgentes necesidades. En los próximos
meses el Congreso discutirá y aprobará el presupuesto para el año 2020, los
municipios están muy a tiempo para revisar sus prioridades.
Que no se distraigan los recursos al estilo de Alfonso Martínez
Domínguez, que cuando fue gobernador de Nuevo León priorizaba la introducción
de energía eléctrica y pavimentación, porque era lo que podía verse por
beneficiarios y visitantes. El drenaje y el agua potable (que son subterráneos)
no eran prioritarios porque nadie se enteraría de su existencia. Que no falten
voces para decirles a nuestros presidentes municipales que urge actualizar los
Atlas de Riesgos y modernizar toda la infraestructura pluvial de nuestras
ciudades. Urge. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com