podían percibir los retumbos de
la inevitable tormenta.
Eric Williams.
El próximo 23 de octubre se pagará una vieja y
sentida deuda. La Comisión legislativa para el efecto del Senado de la
República acordó por unanimidad otorgarle a doña Rosario Ibarra de Piedra la
medalla Belisario Domínguez, el más alto galardón para un civil, que por muchas
razones es un ejemplo a seguir por el resto de sus compatriotas. Para quienes
nos sumamos a la iniciativa de Rosario Ibarra de formar un movimiento nacional
por la Aministía de los presos, perseguidos,
exiliados y desaparecidos por motivos políticos, en el ya lejano 1977, la
medalla representa un reconocimiento al esfuerzo de Rosario, al de tantas
madres que la acompañaron en su lucha y al sinnúmero de activistas que le dimos
cuerpo a esa ola social humanitaria.
La Comisión legislativa de la Belisario Domínguez
no la tuvo tan fácil, en sus manos estaban los nombres de Elenita Poniatowska y de la maestra Ifigenia Martínez, pero al
final y por el voto unánime se postuló a doña Rosario. Enhorabuena el acuerdo,
que deberá ser ratificado por el Pleno de la Cámara de Senadores. La decisión
nos hace revivir 42 años de lucha al lado de “doña Roca”, como le llamara el
despistado Eduardo Franco, rector de la UAS en los años 80 del siglo pasado.
Inspirados por esa energía inagotable que
desplegaba doña Rosario, se formaron movimientos por la Amnistía en Nuevo León,
Jalisco, Ciudad de México, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Puebla y otros estados
de la República. El Frente Nacional Contra la Represión fue la confluencia de
movimientos populares, estudiantiles, sindicatos y de algunos partidos de
izquierda. Esa fuerza hizo posible que el 1 de septiembre de 1978 se decretara
la Ley de Amnistía por la que luchábamos.
Luego de nueve etapas de aplicación de dicha Ley,
fueron liberados los más de mil presos políticos, cesó la persecución contra la
mayoría de los perseguidos, regresaron los exiliados en Cuba, Francia, Italia,
Suecia y Estados Unidos y fueron presentados algunos desaparecidos por motivos
políticos. Quedó una gran deuda sobre todo en este renglón. Y entre esos desaparecidos
Jesús Piedra, el hijo de doña Rosario.
Qué aportaciones hicieron Rosario y su movimiento.
Si sólo se hubiera logrado esa Amnistía de 1978 el servicio prestado a México
sería inmenso, pero esa generación de madres encabezada por “el Ventarrón”,
como le llamaba la abuela a Rosario, no se iban a regresar a casa sin la
presentación de más de medio millar de personas documentadas como
desaparecidos. Hicieron bien, porque gracias al incansable despliegue de
voluntad y coraje de ese movimiento pionero de los derechos humanos en México,
las nuevas generaciones han podido incursionar en varias aristas en esta
materia y consolidar un movimiento y opinión pública cada vez más vigorosos.
Es cierto que después de la conquista de la Ley de
Amnistía el Estado mexicano no cesó en cometer nuevas infamias en el campo de
los derechos humanos, como Tlatlaya, Nochixtlán o Iguala 2014, entre muchas otras, pero esas
tragedias se enfrentaron con la claridad que aportaron las madres de los años
setenta del siglo pasado y su experiencia. Iguala, con la herida que abrió en Ayotzinapa, se convirtió en otro parteaguas
de la vida nacional, pero retomó una vieja y nueva demanda: el reclamo de
presentación de los desaparecidos. Con nuevas ideas, nuevas formas de lucha y
un respaldo social sin precedentes.
Hablar de doña Rosario es remitirse al inicio de
una sacrificada lucha por los derechos humanos y es arribar ante la ola que
representan más de cuarenta organismos de madres en todo el país que buscan a
sus hijos. Muchas de las nuevas buscadoras de desaparecidos no conocen a la
organizadora del primer círculo de lectoras de poesía “Gabriela Mistral”, pero
de ella han recibido la mejor herencia: la decisión inquebrantable de luchar
hasta lograr los objetivos principales: la presentación de los desaparecidos y
parar la infame práctica de la desaparición forzada. Justicia plena, pues.
A los 92 años María del Rosario Ibarra de la Garza,
es un icono viviente de la lucha por los derechos humanos en México y América
Latina. Aunque su salud ya no le permita acompañarnos por las calles y plazas
públicas exigiendo que pare ese delito de lesa humanidad que es la desaparición
forzada; sin duda que en cada manifestación y mitin, su figura y su memoria nos
acompañan en todo momento. Entre las cosas que exigimos está que el Estado dé
garantías de no repetición de los hechos. Estoy convencido que en ese camino
debemos inscribir la entrega de la Medalla Belisario Domínguez a “el Ventarrón”
de Saltillo. El reconocimiento del Senado tiene un gran valor histórico. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com