maduramos a fuerza de ver, oler y sentir tanta tragedia.
Mónica Castellanos.
Hay
un dolor de Patria, como dijo Camilo Romero, gobernador de Nariño, Colombia.
Sí, no se puede tener otro sentimiento ante la tragedia que la violencia nos
impone. Estábamos y estamos convencidos de que no es fácil terminar con las
actividades criminales de alto impacto. Hace un siglo que las drogas y sus
secuelas violentas iniciaron su espantosa andadura por los caminos del país y
por Sinaloa. Hace casi 80 años que Estados Unidos nos impuso la tarea de ser
proveedores de goma de opio. Hace poco menos de medio siglo que la derrota
militar de E U en Vietnam lo hundió en una prolongada crisis moral y esta lo
llevó de la mano a la drogadicción masiva. Y nosotros pagamos los platos rotos.
Hay
un dolor de Patria por la pérdida no sólo sostenida, sino creciente de víctimas
de la violencia, cuyo vértice comienza y termina en el abominable trasiego de
drogas. En las últimas semanas acentuado ese dolor y todas las incertidumbres
que conlleva, por el ataque a policías michoacanos en Aguililla, el operativo
fallido del jueves 17 en Culiacán y la masacre sufrida por la familia LeBarón en Bavispe, Sonora.
La
acción de las drogas durante un largo siglo, sobre todo los espacios y
componendas que abrió en las esferas políticas, en el mundo de la economía
formal y su impacto en los hábitos de consumo y comportamiento moral de muchos
ciudadanos, impone el análisis profundo de raíces, del daño causado en cuatro
generaciones de mexicanos y la participación del más amplio número de
instituciones y ciudadanos para hacerle frente al monstruo que fue cobrando
vida y creciendo sin que el Estado haya buscado erradicarlo en los momentos en
que no demandaba el gran esfuerzo que implica hoy.
Los
últimos sucesos, muy dolorosos sin duda, han puesto a prueba la capacidad de
respuesta del gobierno de Andrés Manuel a la emergencia de la presente
coyuntura y lo emplaza a ir más allá de lo que puede concebirse como una
estrategia ante el mundo de violencia que parece enquistarse en nuestra vida
nacional, a pesar de todos los esfuerzos por enrumbar el país y darle un rostro
más humano al difícil horizonte que tenemos hoy.
No
creo que la crítica deba transitar por un atajo aterciopelado, tanto de los que
han sido beneficiados por ese mar revuelto y que hasta complicidades pueden contar en su saga, como la de organismos y ciudadanos
bien intencionados, pues la libertad de expresión no debe coartarse. En todo
caso que sea la lucha abierta de ideas (y de intereses) la que ponga en su
lugar a unos y otros. Al fin el deber de quienes somos partidarios de la
democracia es ser consecuentes con lo que defendemos.
Hay
algunas cosas que por elementales no se les debe negar el espacio que les
corresponde ante los problemas señalados: en primer lugar la autocrítica que
nos debemos como ciudadanos por permitir que nuestras reservas morales hayan
sido dañadas durante los largos y pesados años ya señalados, y que han llevado
a centenares de miles de jóvenes en las diferentes generaciones que han vivido
bajo el flagelo de las drogas y la violencia, al peor de los destinos esperados
para ellos.
En
segundo lugar, el Estado tiene que rectificar algunas cosas centrales,
particularmente Andrés Manuel: si hasta hoy las instituciones, por las razones
que propios y ajenos puedan o quieran dar, no han podido enfrentar con éxito el
paquete que significan drogas y grupos criminales,
justo es comenzar a ver qué diablos se puede plantear en un esfuerzo inédito
entre sociedad y Estado. Andrés Manuel sigue pensando en el arrastre popular
como presidente y que sus ideas y propuestas deben encender los motores de las
instituciones (que por cierto no han cambiado su composición de cuadros) y que
la masa del pueblo, desorganizada hasta hoy, cumplirá un papel de respaldo
claro e incondicional, aunque pasivo.
En
tercer lugar, es hora de que el gobierno de Andrés Manuel se dé cuenta que la
amalgama de intereses que hay al interior de la llamada Cuarta Transformación,
en buena medida es la más fiel expresión del reciclaje de cuadros de las
administraciones anteriores y que hay una notable
ausencia que está pesando demasiado en el color y la orientación democrática
del Estado: la izquierda. De tomar plena conciencia que los cambios más
significativos y que la dan rostro humano al país, fueron posibles por las
iniciativas y sacrificadas luchas del pueblo, encabezadas por la izquierda.
Por
lo demás, si el Estado no convoca a la participación masiva de los ciudadanos
en el análisis de los problemas de violencia que hoy desangran a nuestra
Nación, los organismos de la sociedad debemos comenzar esta tarea, incluyendo
en la agenda el papel que juegan los E U en el tráfico de armas y en la demanda
de estupefacientes, las consecuencias que se derivan
de la Iniciativa Mérida y otros acuerdos que se mantienen en la opacidad
y que nos atan a los intereses de nuestros vecinos, en detrimento de la
soberanía y de las posibilidades de resolver verdaderamente los asuntos que
tanto nos dañan ahora. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com