Entramos a la fase 2 del Covid-19 con
cierta fortuna en comparación a otras naciones. Los números de la crisis
civilizatoria a nivel internacional corroboran lo que decimos: mientras
escribimos estas notas las noticias internacionales nos dicen que alrededor de
2 mil 500 millones de personas están bajo restricciones de movimiento por el
coronavirus, que las muertes, según el recuento de la Universidad John Hopkins,
rebasó las 21 mil por esta causa y que han sido contagiadas 467 mil personas.
Algunas ciudades se han vuelto
emblemáticas en la presente contingencia sanitaria. Originalmente lo fue Wuhan,
ahora lo son Nueva York, Milán y Venecia. Los números de muertes y contagios
ponen la piel de gallina, pues este miércoles los Estados Unidos registró 216
fallecimientos y el número de contagios llegó a los 65 mil 262. Las
preocupaciones no son para menos. Italia y España, en ese orden han superado en
víctimas de la pandemia a China.
Por eso decimos que en México los
números indicaban por la mañana 405 casos confirmados y 6 defunciones. No dejan
de preocupar e invitar a ser más observadores de las precauciones recomendadas
por la autoridad de salud. Pero queremos ser insistentes en voltear a ver la
otra cara que nos presenta la situación actual: la económica. Que también
obliga a elaborar políticas públicas para atender esta emergencia. Entre los
miles de cosas que se publican en las redes no se puede ser ajeno a los
sentimientos expresados por gente del pueblo, esos que viven de vender elotes
cocidos o asados en la calle o cualquier otra mercancía con la que ejercen la
economía informal. Se les pide que se queden en casa, pero ¿de qué comerán? Preguntan.
Y sus respuestas son mentadas de madre, porque no hay un programa que los
contemple como damnificados de la crisis.
La semana pasada la Cámara de Diputados
acordó un fondo de 180 mil 733 millones de pesos para atender la emergencia.
Qué bueno que lo hicieron porque esa es una de las formasen que el país puede blindarse, al contar con
recursos y poder adquirir equipo médico y medicinas; pero ese dinero ni en
sueños alcanza para atender a las urgencias que presentarán quienes pierdan su
empleo por el otro tsunami que ya mirábamos acercarse a grandes zancadas desde
el año pasado: una crisis económica inminente, a la que Michael Roberts le ha
dedicado fielmente años de seguimiento. Tenemos una crisis civilizatoria de
doble hélice, que toma a la mayoría de los países, incluido el nuestro, con una
deuda de dimensiones impagables.
Con todo ello, el Estado mexicano no
puede quedarse en las medidas de protección a personas adultas mayores, ni en
los créditos garantizados a las micro y pequeñas
empresas, ni en los llamados a que las empresas no envíen a su casa a sus
trabajadores sin el pago de sus salarios. Urge una clara estrategia frente a
todas las aristas que plantea la doble crisis. Hay un 62 por ciento de
habitantes en pobreza, pero hay un 29 por ciento de la misma en pobreza
extrema. Esta parte de la sociedad desde antes de la presente contingencia pedían a gritos la atención del Estado. Ellos y los
desocupados que sume el cierre temporal de centros de trabajo estarán
condenados a resignarse a morir de hambre o buscar el sustento por cualquier
medio, incluido el violento.
Quienes han hecho sensibles llamados a
estar unidos como mexicanos para enfrentar la situación, no les falta razón. En
la convocatoria invitan a los poderes públicos, empresa privada y ciudadanos en
general a unir esfuerzos para vencer al Covid-19 y la crisis económica. Y entre
las cosas que deben atenderse de esos llamados es que ningún poder público deje
de funcionar (como ya lo ha hecho la Cámara de Diputados Federal) y buena parte
del Ejecutivo, porque en la emergencia el Estado no puede faltar a su función
de rector de la economía y la sociedad.
Porque el trabajo público no puede
interrumpirse y porque los fondos que exige la crisis no pueden salir de la
nada. En la agenda legislativa tiene que incluirse la búsqueda de los recursos
que necesitamos y hay un renglón del presupuesto público que no puede seguir
intocado: el que se dedica al pago de la deuda pública, sobre todo al rescate
bancario y carretero. Tenemos 25 años pagando esa deuda inmoral e injusta. Es
tiempo ya de que esos recursos se dediquen a cosas más positivas y para la
atención de esos pobres entre los pobres y los que quedarán sin empleo y sin
ingresos, con motivo de la contingencia mencionada.
Se ha dicho por muchos que por todo lo
que estamos viviendo el mundo ya no será tal como lo conocemos. Ojalá así sea,
pero para mejorar. Y un buen comienzo sería dimensionar los problemas que el
país tiene y los que ya está sumando esta crisis civilizatoria, pues como dice
la escuela de Barcelona (sinpermiso.info) “a grandes problemas de masas,
grandes remedios de masas”. Mientras el Banco Mundial pide frenar el cobro de
deuda a los países pobres, el presidente francés Macrón
lamenta el ataque que ha sufrido la seguridad social para privilegiar la
medicina privada, Noam Chomsky nos señala de manera muy clara que, “el asalto
neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación. Un ejemplo son las
camas, que han sido suprimidas en nombre de la eficiencia”. Si las
crisis son también una oportunidad para transformar la sociedad y los modelos
de vida colapsados, ninguna como la presente para intentar esa utopía de
cambio. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com