Un nuevo
comienzo tomará ineludiblemente nuevas formas,
caminos desconocidos.
Enzo Traverso
Nuestros negocios están por morir. Con
esa frase en letras blancas sobre fondo rojo y con moños de luto en las cuatro
esquinas, los locatarios del Mercado Garmendia y comerciantes vecinos volvieron
a salir a la calle. Esta vez la desesperación y el enojo tocaron un nuevo
nivel, muy preocupante, por cierto. Se autorizó la apertura de los negocios en
el Centro Histórico de Culiacán, pero el Ayuntamiento pretende conservar como
área peatonal las calles Miguel Hidalgo y Ángel Flores, en el tramo que va de
la avenida Obregón a la Morelos. Rúas que desde hace semanas están bloqueadas
por la autoridad. Contra ello fueron los manifestantes.
En días anteriores hubo enfrentamiento
verbal entre comerciantes y agentes policiales del municipio. La autoridad fijó
barreras de concreto para impedir la apertura de esas calles y los comerciantes
desconociendo los actos de autoridad, llevaron sogas y sumando la fuerza de
varios de ellos buscaron mover aquellas moles de varilla y concreto. El peso
inercial pudo más que la voluntad de los comerciantes. Pero esta protesta
aunada a las anteriores tiene la doble connotación de ser una advertencia y una
lección que debemos aprender.
Como la crisis sanitaria y la crisis
económica se pueden prolongar hasta el próximo 2021, la quiebra de pequeños y
medianos negocios es un riesgo inminente, acompañado del desempleo de muchos trabajadores.
De complicarse la situación nacional e internacional ese puede ser el panorama,
nada agradable, que tendremos. Todo ello reclama una infinita sensibilidad de
las autoridades, especialmente municipales, para escuchar y buscar acuerdos con
todos los sectores inconformes. La profundización de la crisis magnificará los
problemas y no hay que dudar que también puede violentar la respuesta de los
sectores más golpeados por la recesión económica y el Covid-19.
Durante estos meses no hubo un Plan para
gestionar la crisis a nivel municipal ni estatal, pero nunca
es tarde para hacerlo. Dimensionemos la advertencia que los hechos nos
obsequian y aprendamos bien la lección. No hacerlo pondrá a las autoridades en
apuros innecesarios y a los sectores arruinados en el marco de la pandemia en
acciones más desesperadas y quizá violentas. Estamos a tiempo.
Hay más personas desaparecidas que
asesinadas en Sinaloa en 2019 y este año. La noticia golpea de manera múltiple
a la sociedad. Es cierto que los homicidios dolosos han ido a la baja en
Sinaloa, a saber: 822 para 2019 y 283 hasta el mes de mayo del presente año,
según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Noroeste publicó recientemente
que la Fiscalía General del Estado informó que durante 2019 recibió 1319
denuncias por desaparición forzada de personas, un promedio de 3.6 casos
diarios. Hasta el 31 de mayo pasado el registro era de 404 casos. Todos sabemos
que siempre habrá delitos que no se denuncian y en el renglón de desapariciones
forzadas no es la excepción, por lo que el número total es mayor aún.
Si partimos del dicho de los
norteamericanos de que uno es muchos, el problema de la desaparición forzada
siempre ha sido grave: 42 desaparecidos en los setenta, los 87 de 1984 a 2003 y los miles que se han acumulado de 2006 a la fecha.
Y el problema no es sólo de cifras. Cuando estas obligan a la comparación con
otro delito tan grave como la desaparición forzada: el homicidio, el asunto
rebasa cualquier preocupación meramente académica para convertirse en un
problema de interés público y en el cual la autoridad está obligada a responder
con todo un plan que lleve al abatimiento de ambos delitos, con el énfasis
debido al que tratamos ahora.
En el mismo tema, pero del renglón de Ayotzinapa, hemos sabido en los últimos días que se han
librado 46 órdenes de aprehensión contra funcionarios a cargo de la investigación primera y civiles presuntos responsables. Y
muy recientemente Gobernación dio a conocer que de los escasos restos
encontrados y enviados a la Universidad de Innsbruk,
Austria, una pieza de ellos corresponde a Christian Alfonso Rodríguez Telumbre: uno de los 43 de Ayotzinapa.
No deja de ser un avance, pero no evita el sentimiento de impotencia que deja
el tiempo transcurrido y el saber que algunos de los padres ya fallecieron sin
conocer la verdad y la justicia plena sobre los hechos. Sentimiento que no
alivia del todo el que haya un gobierno que se comprometió y que trabaja para
que la justicia plena en el caso sea una realidad.
Los avances se ven muy lentos si
contamos año y medio transcurrido de la administración federal y más cuando las
cosas en materia de desaparición forzada se complican terriblemente. El
compromiso es ir también por el resto de las desapariciones forzadas a nivel
nacional; tan solo Sinaloa está dando material para que haya trabajo de las
autoridades federales y locales por mucho tiempo. Son 3.6 casos diarios, que
invitan a ver el fenómeno de la desaparición forzada desde muchas aristas, si
se quiere resolver de fondo. Ver el asunto por separado, sin conexión con otros
delitos y conductas antisociales, es marchar por el camino que lleva a
búsquedas interminables de fosas clandestinas, pero no a la raíz del problema.
Trabajo que ya hacen y de manera heroica muchas madres de familia. La situación
exige la visión y la acción de Estado. Un Estado convencido de imponer el
Estado de derecho democrático. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com