El mal que nunca
se entiende difícilmente se cura.
Tirso de Molina
50 años de dolor y de impunidad. Con esta
frase identificamos la vida y penas de dos generaciones de mexicanos que han
exigido permanentemente justicia para los caídos aquel Jueves de Corpus en la
Ciudad de México. ¿Cómo olvidar que la juventud capitalina de 1971 pregonó por
las calles con pancartas, con mantas, con cantos y consignas la solidaridad con
los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que en esos momentos
estaba en lucha? La represión contra el movimiento estudiantil de 1968 y que
culminó en la masacre de Tlatelolco, no sepultó los sueños juveniles de
construir un México solidario y más justo y menos desigual.
En este acto que conmemora el medio siglo
de aquel triste Jueves de Corpus, es de justicia reconocer que la generación de
1968-1971 sigue activa y presente en la vida política y social del país. El
implacable tiempo ha cobrado la vida de muchos de los sobrevivientes que
hicieron sonar fuerte sus pisadas en las calles de la Ciudad de México y de
muchas otras urbes de la República, y cuya voz aún vibra en las plazas públicas
y en las paredes que en su momento le hicieron eco.
El cambio que vive México hoy tiene sus
orígenes en los movimientos de 1968 y 1971. La democracia era la gran ausente
en la vida pública del país. El autoritarismo alimentaba y alimentó cada acción
política desde el Estado y los gobiernos locales. La demanda de diálogo en los
aciagos días del 68, no era otra cosa que buscar abrir la senda del
entendimiento entre autoridades y sociedad en nuestro país. Se respondió con la
represión. La salida a la calle en una manifestación pacífica el 10 de junio de
1971 no fue ninguna acción suicida, esa iniciativa obedecía a la creencia de
que a pesar del antecedente de la masacre de Tlatelolco aún era posible ejercer
el derecho Constitucional a manifestarse públicamente y a brindar solidaridad a
otros estratos sociales en lucha.
Quienes sobrevivimos a las dolorosas
jornadas de 1968 y 1971, somos el aval moral del tsunami electoral de 2018 y la
acción democrática de este 6 de junio pasado. En aquellos años están los
cimientos de una inquietud social que aspiró a cambios profundos en el país. A
pesar de algunos intentos en el transcurso de medio siglo no fue posible
derrumbar el edificio que sustentaba el autoritarismo en México. Ahora es una
realidad y lo hicieron posible el activismo de los jóvenes de ahora, pero con
el sustento ideológico, el carácter y la filosofía de la generación de los
jóvenes que nacieron política y socialmente en Tlatelolco y en el Casco de
Santo Tomás.
¿Castigo a los responsables? Es una
materia que quedó pendiente. Las cabezas visibles de los hechos lamentables del
10 de junio son: Luis Echeverría Álvarez, presidente de la República en esos
momentos; Alfonso Martínez Domínguez, regente del Distrito Federal y el general
Rogelio Flores Curiel, jefe de la Policía del Distrito Federal. Alfonso
Martínez Domínguez y el general Flores Curiel nunca fueron sancionados por la
masacre, antes que eso fueron premiados con la gubernatura de Nuevo León el
primero y el segundo con la de Nayarit. Alfonso murió en noviembre de 2002 y
Rogelio en octubre 2008.
El único que compareció en un juicio bajo
la acusación de genocidio fue el expresidente Luis Echeverría, el 2 de julio de
2002 fue llevado ante el MP y el día 30 de noviembre de 2006 un magistrado
ordenó su arresto domiciliario. Pero el 27 de marzo de 2009, el quinto tribunal
colegiado en materia penal del primer circuito resuelve que sí se cometió el
delito de genocidio, pero declaró inocente a Luis Echeverría Álvarez de dicho
delito y quedó absuelto de todos los cargos (incluida la masacre del 10 de
junio). Todo el esfuerzo de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y
Políticos del Pasado y el reclamo popular de justicia para las víctimas llegó
hasta allí.
El próximo 17 de enero, Echeverría
cumplirá los 100 años. Su defensor alegó inimputabilidad por razones de edad y
problemas de carácter mental. A final de cuentas el expresidente se salió con
la suya. El país lamenta ahora que la impunidad, esa señora que tanto ha
ofendido la historia y la dignidad nacional, sigue paseándose muy oronda por
los tribunales mexicanos a pesar del profundo agravio que significa.
Una lección que debemos aprender es que en
delitos de lesa humanidad no deben quedar los juicios a medias y menos absolver
a los responsables. La edad de los acusados no debe ser limitante de las
facultades de los tribunales, incluso a la hora de expresar la condena sobre
los hechos, así estén muertos los responsables, deben ser mencionados como
tales, por la importancia que tiene garantizar que no haya la repetición de los
hechos, por la memoria de las víctimas y el respeto a los derechos humanos de
toda la sociedad.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com