Las crisis
verifican quiebres, y los quiebres, pérdidas.
Ailynn Torres Santana
La
violencia es la otra pandemia que nos empequeñece como sociedad. Muy fresca
está la herida que nos deja la muerte del Profesor Román Rubio y de las jóvenes
Evelyn Alondra y Karina de El Talayote. Fresca también la indignación por la
facilidad con que se le arrebata la vida a un luchador
social y a unas jóvenes al dirigirse a su trabajo. La impunidad sigue tan
campante por encima del cambio de régimen político o muy a pesar de él. Y para
mal de todos, si a la pandemia del Covid-19 no le vemos el fin, menos a la de la
violencia, cuyas raíces se remontan a muchas décadas atrás.
Pero la pandemia ha procreado algunas
hijastras no menos nefastas que su progenitora: las cuotas en hospitales
privados, las negligencias en los mismos, la incapacidad de los hospitales
públicos para atender a sus derechohabientes y el abandono en que los dejan al
declararse saturados y la pérdida de brújula de no pocos presidentes
municipales, gobernadores y del mismo gobierno federal a la hora de ver la
aplicación y toma de rumbo en el uso de los recursos públicos. Hagamos recuento
de lo que pasa y hablemos de cómo deben hacerse las cosas en la vida pública en
momentos en que no salimos de la tercera oleada del Covid-19 y ya se comenta de
una posible cuarta.
CONEVAL ha publicado recientemente un
estudio en el que contempla que el número de pobres creció de 51.9 millones a
55.7 millones de ciudadanos entre 2018 y 2020. Las conclusiones coinciden con
lo que ha publicado la CEPAL para el subcontinente y para México.
Inexplicablemente el presidente AMLO dice no estar de acuerdo con ello y señala
que los programas sociales han ayudado mucho en este desesperante renglón.
Nadie duda de ello, aunque estamos claros que la pobreza y desigualdad la
genera el sistema de explotación y que no es culpa personal del presidente. Por
lo demás, el que la exclusión social crezca en tiempos de pandemia, resulta en
un argumento contundente contra el pago de la deuda. Y no lo aprovecha AMLO.
El comportamiento de la curva de
contagios del Covid nos tiene de nuevo en una gran
incertidumbre. En Sinaloa la curva de casos registrados a diario ha ido a la
baja durante el presente mes: el día primero se registraron 501 contagios y
estos han cedido desesperadamente lentos, pero han retrocedido: de 501 el día 6
y a 401 el día 11. Mientras que los casos activos van de los 3 mil 874 el día
primero a los 2 mil 489 el día 11. Se ralentizan las dos curvas, pero siguen
siendo altas. Lo que lleva a las autoridades administrativas a tomar algunas
medidas que se identifican con el Estado de excepción. Preocupante, sin duda.
No podemos caminar con los ojos
vendados en medio de la pandemia a casi un año y medio después de navegar con
ella. A estas alturas resulta imperdonable no identificar los renglones donde
nos han golpeado la crisis sanitaria y la económica y por otro lado que
nuestras acciones no estén aún pautadas por la Constitución y el derecho
internacional.
Tres municipios, Mazatlán, Culiacán y
Cosalá, han tomado algunas medidas que no sólo llaman
la atención de todos, sorprende que el Congreso del Estado, incluso el Supremo
Tribunal de Justicia, sean omisos ante dichas
acciones. Cosalá emite la medida de aplicar el Bando
de Policía y Gobierno (detener pues) a todo el que ande en la calle a partir de
las 10 pm, los otros dos municipios dicen que no permitirán que personas que no
exhiban certificado de vacunación o examen reciente que demuestre no estar
contagiado, entren a los establecimientos comerciales. Eso es restricción de
derechos. Y nuestro marco Constitucional, como tampoco el derecho
internacional, les dan facultades a instancias municipales para una medida como
tal.
Una cuestión elemental es que los
presupuestos de municipios, estados y de la federación deben modificar la
orientación, con el fin de atender las prioridades que la emergencia sanitaria
nos impone. Hasta hoy no vemos sensibilidad sobre las consecuencias que la
pandemia nos ha sembrado entre los que ya estaban identificados en el campo de
la pobreza y los que suma la pandemia. El sistema nacional de salud pública está
colapsado y los correspondientes en las entidades, ni se diga. No se ha creado
un fondo para atender a lo que no tienen ingresos o son muy precarios, ni para
salvar a micros, pequeños y medianos negocios. Los tiangueros reciben
restricciones antes que la solidaridad de sus ayuntamientos.
¿Vivimos en un Estado de derecho
democrático? Pues que las autoridades se comporten como lo establece dicho
marco. Las medidas anunciadas en los municipios mencionados, son muy similares
a las que en 2020 tomaron 231 alcaldías en el país y no precisamente para ser
aplaudidas. El ABC de la vida democrática nos indica que el comportamiento de
las autoridades debe sujetarse a lo que establece la Constitución y el Derecho
Internacional. Ambos referentes de ley señalan que aún declarado el Estado de
excepción (por las instancias competentes, no por ocurrencias de presidentes
municipales), hay derechos que no pueden limitarse, entre ellos a no ser
discriminados y el de alimentarse (que incluye el derecho del consumidor). Que
no siga el inexplicable silencio del Congreso del Estado y del STJE. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com