Nuestra salvación
vale mucho más que nuestras pérdidas.
William
Shakespeare
–¡Aquí no! –Fue el grito que dominó la
mañana de este miércoles 1° de junio en Topolobampo. No es la primera ocasión
que esta breve y brava consigna moviliza a los vecinos del puerto y a los
pueblos originarios de Lázaro Cárdenas, Paredones y Ohuira.
Sabedores de que tendrían visita de funcionarios del municipio y de
distinguidos invitados, no quisieron dejar pasar la oportunidad de hacer
presencia y de reiterar públicamente la decisión de defender la salud de la
Bahía porque allí está su fuente de trabajo, su alimento, el arraigo, su
querencia y el alma de sus mayores.
Este mes de junio, de acuerdo a los planes
de gobierno, será testigo de una nueva consulta en la región para tomar el
parecer de sus habitantes sobre la pretendida planta de amoniaco que promueve
la empresa Gas y Petroquímica de Occidente (GPO). No es la primera consulta,
aunque la anterior fue más allá de la zona que tanto amó Albert Kimsey Owen, incluyendo a la población mestiza. Para muchos
de los yoremes mayos el ejercicio pasado de solicitud
de opinión no fue honesto. Y señalan de manera muy concreta que a la autoridad
le provocó urticaria el artículo 6° del Convenio 169 de la OIT.
Tampoco tienen confianza en el nuevo
cuestionario, pues a ambos ejercicios lo anteceden campañas oficiales para
influir en la opinión de la etnia: vienen legisladores nacionales como José
Narro y no faltan declaraciones de funcionarios de diferente rango, incluido el
gobernador. Y más allá de los consabidos argumentos de si la planta de amoniaco
representa una inversión de miles de millones de dólares y que será fuente de
empleos directos e indirectos, hay una realidad que impone sus reales.
Y esa realidad nos mandó un espejo de alta
fidelidad: la pandemia de Covid-19. A toda hora el espejo nos señala como los
únicos responsables de la depredación del medio ambiente y nos grita que aún
hay tiempo de salvar una parte del patrimonio de la casa común que habitamos.
El coronavirus no se ha ido del todo y nos está recordando que no será ni el
ultimo virus ni el peor. Todo ello nos invita al recuento de las heridas y
pérdidas, porque la deforestación, el daño que las mineras están provocando en
los ecosistemas de sus enclaves y el sostenimiento de la agricultura a gran
escala que implica el uso gigante de agroquímicos con todos los daños que los
acompañan, hay una responsabilidad muy nuestra.
La misma pandemia, con todos los demonios
que la han acompañado, nos ha emplazado severamente a revisar hasta el modelo
económico en que hacemos vida y lamentos. Si bajo el principio de obtener
ganancias no importó empobrecer tierras, terminar bosques, secar lagos y ríos,
sembrar desiertos y esclavizar seres humanos. Ahora, al filo del abismo ecológico,
no tenemos las clásicas dos opciones de cambiar el sistema económico que
padecemos o seguir otro tramo de la historia como sus obligados entenados. Lo
hacemos ya o desbarrancamos la humanidad, arrastrando consigo el principio de
la ganancia y más de dos millones de años de peregrinar por la tierra, sin
haber aprendido el a, b, c, de la vida.
Entre las bondades que nos recitan de la
planta de amoniaco, es que su capacidad de producción de fertilizantes resolverá
en un horizonte cercano las necesidades de la agricultura del noroeste. No lo
pongo en duda. Pero si saltan junto con ello dos cosas que la planta de
amoniaco y sus defensores no pueden resolver de manera positiva: el daño a los
manglares y zonas naturales protegidas y el empobrecimiento de los valles
agrícolas, incluyendo la contaminación y envenenamiento de las bahías y
litorales. Navachiste es ya un doloroso ejemplo hacia
donde marchamos si no cambiamos parámetros y paradigmas: el azolve y la
saturación de agroquímicos ha barrido con las especies marinas, especialmente
del otrora demandado camarón del lugar.
La Grieta del Eire
o la Hambruna de la Patata de la Irlanda de 1845 a 1848, nos recuerda lo
terrible de las decisiones humanas que ponen por delante los intereses de una
minoría dominante. Inglaterra resolvió la sobre explotación de las tierras de
Irlanda para resolver los problemas de abasto de cereales, carnes y lácteos.
Para el estómago de los Irlandeses solo había papas. Y
para redondear la tragedia hizo su aparición el tizón tardío, terrible
hongo que engulló toda la cosecha de papas, reclamando la vida de un millón de
campesinos y la migración de otro millón. La desolación fue por muchos años el
paisaje del Eire (Irlanda).
Topolobampo puede ser el Eire mexicano. Navachiste de
alguna manera ya lo es. Conservar las reservas naturales (manglares) Ramsar no
es sólo un compromiso internacional desde los años ochenta del siglo pasado, es
sobre todo una de las garantías sustentables que darán vida, mucha vida a la
vasta y rica bahía de Ohuira. La planta de amoniaco
es la espada de Damocles sobre los ecosistemas de Sinaloa. Los yoremes mayos tienen plena conciencia de ello y su protesta
tiene como vértice el grito de ¡Aquí no! 500 años de resistencia indígena
encuentran hoy el verdadero sentido de la existencia en ese grito. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com