Queremos decirnos
algo y es apenas un preguntarse por mañana.
Julio Cortázar
La migración es dolor y quebradero de
cabeza permanentes. Lo confirma la tragedia reciente en San Antonio, Texas, en
la que mueren 51 personas que pretendían vivir en Estados Unidos. Todos iban en
la caja de un trailer sin algún sistema de aire que
aliviara el infierno de las altas temperaturas, contaminación del aire y agua
para torear el mortal encierro. Veintisiete de las víctimas son connacionales
nuestros, pero los otros 24 deben dolernos tanto como los paisanos. Más allá de
la responsabilidad penal que recae en los llamados coyotes o traficantes de
seres humanos, está la que corresponde a los Estados y a los dueños de las
economías.
Las dos fronteras mexicanas: la norteña, la
que delimita un territorio que nos fue despojado y la sureña, coordenada que
ubica un territorio y una cultura ancestral comunes, ambas nos desbordan de
preocupación. Quizá Chihuahua y Baja California son los puntos geográficos que
mantienen nuestra alma en vilo. Con frecuencia José Luis Pérez Canchola,
director municipal para la atención del migrante en Tijuana, nos comparte las
tribulaciones que vive para conseguir albergue para las familias que arriban a
esa ciudad fronteriza como refugiados extranjeros o como migrantes nacionales.
Sin presupuesto y sin que las autoridades estatales y federales dirijan su
vista a la montaña de problemas que enfrenta, con ese ánimo que lo caracteriza,
me dice que gracias a los amigos consigue alimentos y hasta la atención
hospitalaria para muchos de ellos.
Allá en el sur, hemos pretendido levantar
un muro humano de contención para las decenas de miles de familias que entran a
territorio mexicano rumbo hacia los Estados Unidos. Mal hemos hecho con ello y
no tienen justificación las presiones de los gringos para que lo hagamos. Ojalá
que en la muy próxima reunión de Andrés Manuel López Obrador con el presidente JoeBiden, no sólo se toque el
tema (ya anunciado luego de la tragedia de San Antonio), sino que cambie la
postura mexicana ante el fenómeno migratorio y frente al imperio.
Dos cuestiones se empalman al problema
migratorio: la deuda externa, las obligaciones que de ella se desprenden y el
saqueo que continúa de las riquezas de los países pobres. Ni la pandemia
ablandó los corazones del FMI, del Banco Mundial y del imperio (que tampoco
están hechos de esponja ni tienen pátina de oraciones piadosas), lo que ha
llevado a los países pobres a seguir pagando puntualmente el servicio de la
deuda con el consiguiente descuido del empleo, la salud, la vivienda y la
educación de sus ciudadanos marginados.
Y cuando planteamos la necesidad de variar
la postura mexicana frente al imperio y el fenómeno migratorio, también nos
referimos a nuestro comportamiento ante las oleadas de migrantes
centroamericanos que cruzan el Río Suchiate hacia México. Nos preocupa la
conducta de policías federales y locales no sólo en aquel punto, sino en todo
el trayecto del sureste hasta la frontera norte. No hace mucho tiempo en
Culiacán hubo un operativo de policías federales contra decenas de migrantes.
Se los llevaron detenidos con fines de expulsión del país. Hicieron eso que no
nosotros exigimos a los estadounidenses que no hagan contra nuestros
connacionales.
Más de 36 millones de mexicanos viven en
los Estados Unidos (casi el 11 por ciento de su población), mismos que han
hecho crecer las remesas de dólares que llegan a nuestro país día a día y que en
el primer trimestre de este año sumaron 12 mil 500 millones de dólares. La
entrada de la moneda norteamericana con estas dimensiones y la densidad de
nuestros connacionales en el total de la población del vecino país, da para
hacer cuentas más optimistas a la hora de hacer balances geopolíticos y de
mover opinión de los paisanos que se fueron dejando el corazón en su tierra.
Esas cuentas las han hecho con mucha
ventaja grupos de inmigrantes pequeños, pero acompañados de recursos y con
respaldo de una parte de la élite del poder (caso del grupo cubano. La
población que partió de México, con todo y el amplio mosaico de culturas que
representan de acuerdo a su origen regional, no dejan de ver con preocupación
lo que sucede de este lado de la frontera con Estados Unidos. Importante será
explorar no sólo sus puntos de vista sobre lo que se vive en la frontera norte,
donde muchos ciudadanos de la llamada población flotante (migrantes) son
familiares cercanos de quienes residen del “otro lado”.
Una conclusión primera es que las
corrientes migratorias no se enfriarán en los próximos años, al contrario,
pueden intensificarse y plantear con mayor énfasis un cambio radical de actitud
de sus países de origen y también de las naciones receptoras. Y lo recomendable
no es que sea para empeorar la situación de la población migrante, porque una
explosión social puede rebasar fronteras y llevar a situaciones que pongan en
aprietos a los países expulsores de migrantes, a naciones que son paso obligado
de las diásporas (como México), sin excluir a Estados Unidos y a los países
europeos. Cómo olvidar a Mario Benedetti en este momento: “Los odios ya no son
simples resquemores; más bien son monstruosas avalanchas que cruzan las
fronteras y desmantelan vidas y viviendas”. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com