Regresan las intimidaciones y las amenazas
contra las rastreadoras. Este jueves 25 mientras activistas del colectivo
Sabuesos Guerreras pegaban carteles para visibilizar a sus familiares
desaparecidos en la Plazuela de La Palma Villa Ángel Flores, hombres armados
que se transportaban en dos camionetas les pitaron y aceleraron sus motores con
el fin de intimidarlas y que abandonaran su actividad y el lugar. Poco les
importó que llevaran acompañamiento de agentes de policía.
El grupo de buscadoras se aglutinó para
protegerse, mientras los agentes de policía solicitaban refuerzos. Al parecer
estos llegaron pronto, en tanto las rastreadoras pedían refugio a una familia
del lugar. En esa casa les dieron protección en espera del auxilio policial.
Llegado éste abandonaron la tierra del general Ángel Flores rumbo a Culiacán.
Dos cosas tomaron espacio y atención durante el trayecto a la capital
sinaloense: la mala experiencia no tan añeja en las inmediaciones de La
Higuerita en la que con una fuerte balacera les anunciaron que no las querían
por allí haciendo labores de búsqueda.
También regresaron las entrañables imágenes de
Sandra Luz Hernández y de Rosario Lilián Rodríguez,
asesinadas durante actividades de localización de sus hijos. Hay un terrible
pensamiento que se ha vuelto sombra inseparable para estas madres: la
posibilidad, tan real y palpable, como la desaparición de sus seres queridos.
La decisión de buscar en vida o muertos a sus "tesoros", como ellas
los llaman, en medio de una inexplicable impunidad para los autores del crimen
de lesa humanidad, implica un inminente riesgo para su seguridad. De sobra lo
hemos comprobado.
Hicieron bien en encaminar sus pasos y su
indignación hacia las instalaciones de la Vicefiscalía
de la Zona Centro. Esperemos que así como las corporaciones de policía
respondieron al llamado en tiempo y forma, la Fiscalía General del Estado haga
lo que le corresponde y que esta preocupante situación no quede como un caso
más en el mar de la impunidad. Y del que traeríamos a la memoria cuando otra
situación similar nos obligue al recuento de los daños.
Los hechos mencionados nos remiten a
reflexionar qué mecanismo puede establecerse, además de la natural atención
visual y auditiva de lo que sucede alrededor de nosotros, para ofrecer el apoyo
que demandan estas sacrificadas madres en situaciones como la que comentamos;
también la iniciativa ciudadana debe encaminarse a exigir que el trabajo de la
Fiscalía no busque la oportunidad de que otros casos nuevos, tan graves como
los anteriores, simplemente anclen la atención pública en lo reciente y lo
demás se vea como algo que puede mal descansar en el arcón de las cosas
injustas, aunque duelan, pero donde la presión social camina con pie hispiado.
Dos cosas nos envuelven ya en una espiral sin fin,
en un laberinto al que no se le ve salida por ninguna arista. La acumulación de
casos planteados sin resolver. Y no me refiero sólo a las denuncias sobre
desapariciones forzadas que se han acumulado, entra en ellas los restos humanos
encontrados a cielo abierto o en fosas y que no se han compulsado con el banco
de datos de ADN nacional, y que esperan en Sinaloa por los panteones
ministeriales, con el fin de que tengan un trato más humanitario a esos
ciudadanos muertos y sin nombre, mientras el complicado y lento trabajo de
identificación los lleva al reencuentro con la familia que los busca.
La otra cosa es la inexplicable ausencia de una
política pública que se proponga poner fin a la práctica de la desaparición
forzada. Que no diga el Estado mexicano que no se puede. Ya lo hemos dicho:
Países como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, que sufrieron
dictaduras militares, no sólo eliminaron esos gobiernos autoritarios y
practicantes de la desaparición de sus opositores, terminaron con el infame fenómeno
de la desaparición forzada. Es cierto que todos los países de América Latina
que padecieron la desaparición de personas tuvieron el mismo maestro: las
agencias de espionajes norteamericanas, pero el único país que sigue con esta
inhumana práctica es México.
En los años setenta nos indignábamos al saber
de algunos centenares de personas que agencias especializadas en la delictiva
tarea de desaparecer seres humanos como la Dirección Federal de Seguridad, la
Brigada Blanca y otros nefastos grupos, ahora la temida desaparición de hombres
y mujeres es exponencial. El dolor se ha multiplicado en todos los rincones de
México, pues el número de familias que lamentan la desaparición de un ser
querido, alcanza ya las 110 mil en el territorio nacional. El dolor es de
todos. Asumámoslo así. Y reclamemos ante los tres poderes del Estado la
responsabilidad que les corresponde en esta materia. Su tarea es detener la
infame práctica de la desaparición forzada. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com