horcón del medio
en la defensa de los derechos humanos.
La jornada del 5 de enero es terriblemente
única. Tiene parientes cercanos como el jueves 17 de octubre de 2019 o el 8 de
mayo de 2008, pero ninguna arroja tanto material de análisis ni lecciones para
aprender como el llamado Culiacanazo 2.0, del primer
jueves de este año. Tanto afectó en pérdida de vidas, en jornadas de trabajo
suspendidas, en operaciones fallidas del comercio en vísperas del Día de Reyes,
en el impacto emocional a la niñez de Jesús María y en la alteración de la vida
normal en siete municipios de Sinaloa, que autoridades y sociedad estamos
obligados a realizar el recuento de los daños y a sacar las necesarias
conclusiones.
¿Por dónde empezar para que los
acontecimientos de la víspera del Día de Reyes sean bien comprendidos,
asimilados y arrojen los aprendizajes que exige la paz pública? Primera
pregunta, ¿debe combatirse el narcotráfico? Sin duda y tiene que ser una
actividad permanente, sin descanso. Segunda pregunta, ¿debe perseguirse a los
personeros de esta actividad ilícita? Desde luego que sí, pero el trabajo de la
autoridad no puede concentrarse solo en ello y dejar a un lado la investigación
y persecución de las fortunas que se forjan al margen de la Ley.
Dos debilidades exhibe el Estado mexicano en
este campo. A contrapelo de lo declarado de que no se actuaría a petición y
gusto del imperio, difícilmente se puede pensar otra cosa con lo hecho el
pasado jueves 5 ante la cercanía de la Cumbre de los presidentes Biden, de EU; Trudeau, de Canadá
y AMLO, de México. Todo apunta a quedar bien con los visitantes. Por otra parte,
no se ve por ningún lado el trabajo que le corresponde a la inteligencia
financiera. Increíble que, en el marco de una gran desigualdad social, donde
florecen capitales, negocios y actividades de alto lucro, pasen desapercibidas
compra ventas que por ley deben revisarse.
En todas las acciones punitivas debe
sopesarse el costo y los beneficios. No sabemos si para la jornada del día 5
esta valoración estuvo sobre la mesa de quienes decidieron actuar y si lo
hicieron parece que no se aquilató el valor de las vidas humanas a perder: las
de soldados y policías, y también las de civiles. Y los múltiples daños
colaterales: que van desde las jornadas laborales suspendidas, las pérdidas
patrimoniales, las operaciones comerciales y financieras abortadas, hasta los
inmedibles estragos en las mentes infantiles de la comunidad; que si el antes del jueves 5 no era propicio para el
desarrollo de esos niños, el después (con la acción gubernamental que
conocemos) tampoco es un buen referente para su formación.
Y en el recuento de los daños, cómo
ignorar las ofensas sufridas por los reporteros sinaloenses. Destacan los malos
tratos recibidos por siete periodistas al cubrir la jornada de lo que muchos
llaman el Culiacanazo 2.0. Algunos vivieron amenazas
y otros la pérdida de su auto, computadora y teléfono (herramientas de
trabajo). Lo mismo podemos decir del transporte urbano de los siete municipios
que tocó esa jornada violenta, principalmente de Culiacán. Esos vasos
comunicantes que movilizan la fuerza de trabajo, los estudiantes de todos los
niveles y a la población en general, también pagaron su cuota de pérdidas.
Y esta triste jornada, de cuyo costo sólo
tenemos algunos adelantos, no impactó como debiera la Cumbre Trilateral
mencionada: Biden mostró mortificación por el
fentanilo que invade a EU, pero no se compromete al control del tráfico de
armas, que es la otra cara del poderoso mundo de lo ilícito. Y en el choque
bélico del jueves 5 queda probado el incremento en la capacidad de respuesta
militar de ambas partes, como también el lucrativo mercado de las armas.
Frente a ese dantesco juego que los
Estados Unidos ha impuesto a los países latinoamericanos donde se producen
drogas: estableciendo bases militares, con pretendidas ayudas, una constelación
de agentes de la DEA, el fardo de perseguir la actividad ilícita y poner los
muertos, Colombia plantea su alternativa. Soberanía en materia de procuración y
administración de justicia. El presidente Petro descalifica esa política que
obligó a Colombia a rendirle cuentas al imperio y a extraditar los criminales
que reclaman las cortes norteamericanas. Y si EU no se hace responsable de lo
que implica tener ese inmenso y abominable mercado de drogas ni muestra interés
por detener el lucrativo tráfico de armas, Colombia tiene mucha razón: es un
país soberano, no una colonia gringa.
México vive mil calamidades derivadas del
tráfico de drogas internacional que utiliza nuestro territorio para alcanzar el
mercado norteamericano y a todo ello hay que agregar los males que genera ser
productor importante de estupefacientes por tres generaciones. La mentalidad de
dependencia de los gobernantes anteriores los llevó a aceptar las humillantes
certificaciones que extendía EU (notas de reprobados o de pase) en materia de
combate a las drogas. Las inversiones y préstamos concedidos tenían un
parentesco muy cercano con esas calificaciones. México ha reivindicado
soberanía en sus reservas energéticas y debe hacerlo, sin duda, en materia de
procuración y administración de justicia. Marcelo Ebrard se ha apresurado a
ofrecer declaraciones sobre lo que tiene que hacer EU para llevarse a Ovidio. No
le ha pasado ni de lejos la actitud que Colombia plantea de nacionalizar su
política de justicia y de cortar el cordón umbilical que la ataba a los
intereses del imperio. Es tiempo de cambiar de actitud. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com