Sólo
el silencio oye latir un corazón que grita sin sonido.
Silvestre
Revueltas.
Las tragedias
del mundo rodearon su cuna y esculpieron su breve vida. María Luisa, a quien
hasta los medios le regatean sus apellidos, fue Mujer, indígena (tarahumara),
jornalera migrante y con lengua materna rarámuri que sobrevive a cinco siglos
de exclusión social. Un día salió de su pueblo, San Rafel, municipio de Urique,
enclavado en las estribaciones de la Sierra de Chihuahua, cargando una pequeña
hija y con la ilusión de ganarse el pan para las dos. El mundo para ella no se
dilataba más allá de las barrancas vecinas de su pueblo.
La comunidad de
San Rafael no garantiza la alimentación que demandan sus habitantes, tampoco la
educación con la pueden soñar sus jóvenes generaciones y los inviernos se
vuelven particularmente crudos y despiadados para sus humildes moradores.
Urique colinda con el municipio de Choix, donde sobreviven sus parientes
rarámuris en la comunidad y centro ceremonial de La Cieneguita de Núñez. La
vida y el clima son más rigurosos en la Sierra de Chihuahua que en nuestro
estado. Y una oportunidad de trabajo y vida en las últimas temporadas es bajar
a los valles del norte de Sinaloa, pues hay trabajo.
Con 26 años a
cuestas, con una niña de cuatro abriles y desconociendo qué condiciones
laborales y sanitarias les esperaban, al igual que el resto de los miembros de
la etnia rarámuri que se alquilaron en los campos del norte del estado, así
arribó María Luisa a Juan José Ríos. El choque con la nueva realidad no se hace
esperar: en la sierra se queda la vegetación de altura, un clima más sano,
comida escasa pero sin contaminantes y techo humilde pero acogedor. En el valle
se encuentran una cuartería inmunda donde los patrones ubicarán hasta tres o
cuatro familias por cuarto, sin guarderías para los niños, sin atención médica
ni vigilancia de las autoridades del trabajo ni la que corresponde a las de
carácter político.
Encontraron
trabajo, pero no los frutos que el trabajo debe garantizar. El idioma se vuelve
una barrera infranqueable y en María Luisa debió ser vértice de muchas otras
cosas que poco ayudaron a que enfrentar su nueva situación de vida como
jornalera y madre. No tenemos los testimonios de las familias vecinas sobre el
desenvolvimiento de su estancia como obrera y como residente de ese
asentamiento, pero de las historias encontradas por periodistas, por autoridades
de salud, por el doctor Martín Ahumada Quintero, presidente municipal de
Guasave y por Tere Guerra, Secretaria de la Mujer, ¿cómo pensar que el infierno
encontrado le ayudaría a la jornalera migrante a triunfar en estas tierras?
El mundo se vino
encima en esa cuartería de Juan José Ríos, pues se descubre el cuerpo
semienterrado de una niña junto a un dren el 21 de marzo: era la hija de María
Luisa. La Fiscalía aseguró que la pequeña fue asesinada y que la autora del
crimen era su madre. Las conclusiones de la Fiscalía nos dejaron no pocas
interrogantes en los días posteriores, pues no convenció del todo su trabajo.
Ese mismo día 11 niños fueron reportados en malas condiciones de salud y tenían
tres días sin comer. Todos en esa cuartería. Para el día 23 se habían
contabilizado 70 niños que no iban a la escuela, con diversos problemas de
salud y habitantes de 20 cuarterías. Hubo alrededor de ocho niños fallecidos a
consecuencias de las condiciones mencionadas. El entorno en que vivieron como
trabajadores de empresas exitosas, dibuja a detalle la explotación que sufrió
María Luisa y la que padecieron sus paisanos y hermanos de etnia.
El 13 de abril
pasado María Luisa fue detenida y luego vinculada a proceso como responsable de
la muerte de su niña y por su ilegal inhumación. Días antes, la doctora Elga
Pérez Félix, quien había localizado a María Luisa, advirtió de las precarias
condiciones psicológicas en que la había encontrado. Ese dato no pasó
inadvertido por Tere Guerra y planteó la necesidad de que se valorara a la
rarámuri, con el fin de que la impartición de justicia se ubicara lo más
cercano a la verdad y a lo justo. La Comisión de Defensa de los Derechos
Humanos coincidió con la Secretaria de las Mujeres. No nos escucharon. El
elemento fuerte era que María Luisa había confesado su responsabilidad en los
delitos imputados.
Esta nueva
situación vuelve a movernos el tapete a todos, pues se le vincula a proceso en
un juicio en que el idioma oficial y oficioso es el español y cuando la acusada
sólo responde a la lengua materna rarámuri. Las valoraciones psicológicas
solicitadas por Ismujeres y por la Cddhs no fueron preocupación de primer orden
en la Fiscalía y en juzgado que tocó el caso. Los temores de que algo malo
podía suceder de no atenderse la situación de su estado de salud mental, se
convirtieron en una lamentable realidad. El colmo dentro de las cosas que nos
causa enojo: ante la insistencia de atención psicológica para María Luisa,
quien se encontraba en el penal de Angostura sujeta a proceso, este martes
pasado llegó la autorización para ser internada en el Hospital Psiquiátrico. El
documento llegó horas después de su fallecimiento.
¿Fue suicidio?
Es probable que sí, pero hay tantas fallas en este caso que las dudas vuelven a
tomar fuerza. Y no nos ayuda a pensar diferente el hecho de que la tragedia de
la cuartería de Juan José Ríos tiene otras aristas que no han sido atendidas.
El sentido común inclina a preguntarse, ¿si se abrió una carpeta de
investigación sobre la situación que se encontró en la cuartería de JJR, por
qué no hay presuntos responsables respondiendo ante un juez por los delitos cometidos?
No conocemos acción desde las autoridades laborales, ni de procuración de
justicia buscando el castigo para quien resulte responsable. Y no menos grave
es que el Congreso del Estado esté al margen de una legislación que impida una
infamia como esta en lo futuro. Ojalá que por respeto a la memoria de los niños
fallecidos por inanición y otras omisiones graves emparentadas con la
explotación y la exclusión social, los diputados cambien de actitud ante la
tragedia. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com