Se va el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Internacionales (GIEI) de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En septiembre próximo se termina su
presencia concertada en México. El pasado día 25 entregó su Sexto y último Informe
sobre su inolvidable trabajo sobre el caso Ayotzinapa. De las conclusiones
hechas públicas, lejos de quedarnos con la tranquilidad de que la justicia
plena llegará a las familias de las víctimas, a su querida escuela y a la
sociedad, las dudas sobre ese anhelo crecen hasta nublar el horizonte.
En ese informe
no hay hallazgos del todo nuevos, pero las certezas que confirman las
conclusiones nos dejan un sentimiento de orfandad al imponernos de las faltas
que las Instituciones cometieron en la noche del 26 al 27 de septiembre de
2014. Una conclusión temprana del informe señala: “Hay distintos niveles de
implicación y responsabilidad de todas corporaciones del Estado”. Y esa
afirmación se sustenta al afirmar que policías municipales, estatales, agentes
ministeriales, policía federal, marinos, militares y el CISEN (que hicieron
presencia en la noche de Iguala e interrogaron a detenidos).
Los miembros del
GIEI concluyen que marinos y militares manipularon información relevante del
Caso Ayotzinapa, en operaciones conjuntas que, además mantuvieron en secreto.
Informan también de la existencia de videos que prueban torturas a presuntos
involucrados en la desaparición de los normalistas. Y la piel se vuelve camino
empedrado cuando todas las instancias, presentes en los hechos de que se trata,
conspiraron para desaparecer a los estudiantes, según palabra del GIEI. En el
umbral del noveno aniversario del doloroso Caso de la Normal Rural Isidro
Burgos, tener como conclusión lo anterior, en lugar de la verdad sobre los
hechos y la certeza de que la justicia pisa en tierra firme, no es nada
halagüeño.
Uno de los
dolores tempranos de la Noche de Iguala, fue saber de la muerte del estudiante
Julio César Mondragón. Pero con todas las injusticias que ese caso particular
encerraba, creímos en la versión que se hizo pública sobre el lugar y
autoridades que dieron fe del cuerpo inerte. Ahora sabemos que al menos hay dos
versiones diferentes de la misma Institución: la que emite el Batallón 27 y la
que expresa el Batallón 47. ¿Por qué? La sociedad mexicana no merece ese trato.
Al dolor que aquello significó hay que agregarle incertidumbre y dudas al por
mayor en el tortuoso camino de buscar la verdad.
Otra de las
cosas que nos hieren profundamente es que el equipo de la CIDH nos reitere que
el CISEN, presente en algunos sitios donde se desarrollaron los hechos de
Iguala, haya dado seguimiento cabal de los mismos, sin que moviera un solo dedo
para evitar que las cosas hayan llegado hasta el horror en que las conocemos. Y
del Sexto Informe se desprenden otras joyas inexplicables: un centro de
información policial (suponemos que es el de Iguala), recibió alrededor de 500
llamadas denunciando las agresiones contra los normalistas, sin que de ellas se
derivara alguna acción para evitar la infamia de la noche del 26 al 27 de
septiembre. La madeja tiene uno y mil hilos que se enlazan entre las corporaciones
del Estado y que empalman relaciones de complicidad con el crimen organizado.
Lo que explica de alguna manera las innumerables complicaciones que se han
presentado en el largo proceso de casi nueve años buscando la verdad y la
justicia plena para Ayotzinapa.
Y, por si fuera
poco, la versión primera que el Ejército Mexicano dio sobre varios soldados que
supuestamente estaban de descanso el día-noche de los hechos, no es la verdad
ahora, pues de acuerdo al Sexto Informe del GIEI, estuvieron presentes en los
sitios de agresión a los normalistas. Lo que resulta muy enojoso y preocupante.
No concluye el mencionado informe sin mencionar que de antemano había en el
Ejército una visión contrainsurgente sobre los estudiantes normalistas (a
quienes consideraban ligados a guerrilleros), concepto que poco ayudó̶ afirma el GIEI ̶ , para evitar la
catástrofe que todos conocemos y que tanto daño hizo a México.
Una afirmación
central del Grupo Independiente de Expertos Internacionales nos llama
grandemente la atención: “Un destino diferente habrían tenido los estudiantes
normalistas si los militares los hubieran ayudado”. Por el poder y presencia
del Instituto Armado, nadie duda que así hubiera sido.
Se va el GIEI y
los trabajos de la Comisión de la Verdad quedan horros, ¿qué futuro tendrán sin
la presencia valiente y conocedora del grupo de expertos? No lo sabemos. Pero
lo que sí tenemos muy presente es que si la familia, la Escuela Normal de
Ayotzinapa, los grupos de solidaridad que siempre han estado presentes y la
sociedad mexicana no siguen firmes en la lucha por acceder a la verdad y
conseguir la justicia plena, el Caso Ayotzinapa se hundirá en las tinieblas del
tiempo y en los escritorios de fiscalías anémicas y de tribunales solapadores.
Confieso que
abrigué muchas esperanzas de que en el presente sexenio de AMLO la verdad
asomaría en el trabajo de la Fiscalía General de la República y que los
esfuerzos de Alejandro Encinas, con el respaldo del presidente y de la
sociedad, no encontraría todos los tropiezos en que se ahoga el Caso
Ayotzinapa. El Sexto Informe del GIEI arroja luz, mucha luz sobre el caso de
los normalistas, pero los rayos centrales de sus luminarias apuntan hacia lo
que obstaculiza llevar a buen puerto el trabajo de la Comisión de la Verdad y
que la judicialización de la causa encuentre la justicia que las familias de
las víctimas, la Normal Rural de Ayotzinapa y el pueblo mexicano han demandado.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com