La madeja de la
realidad tiene demasiados hilos sueltos. Tantos que medio siglo después no
podemos atarlos y empezar la edificación de la paz que anhela y merece esta
sociedad. Me refiero al problema de la desaparición forzada de personas. Otros
países de América Latina padecieron este flagelo y encontraron la manera de
sacudírselo de raíz. Habiendo vivido la tragedia de dictaduras militares,
encontraron la manera de jubilarlas y llevar a la cárcel a no pocos de los
responsables de someter bajo el peso de las botas y las armas a sus pueblos. Y
de paso detener la práctica de la desaparición forzada de personas. ¿Por qué
México no ha podido resolver ese penoso problema?
Esta semana
viajamos a Guamúchil para entrevistar a una de las familias que se refugiaron
en el CBTiS 45 como desplazadas. Forman parte de esa población que los días 28
y 30 de julio pasado vivió la peor pesadilla de sus vidas y que baja de manera
atropellada hasta la ciudad de Guamúchil, con las urgencias que impone una
crisis de seguridad. Muchas familias hicieron el camino a pie, atravesando
montes donde crece el baiburín y las inciertas veredas desaparecen, sin más, en
tiempos de lluvias. Y todo el caminante en esas no recomendables circunstancias
termina hispiado. Varios de los niños que miré en el albergue el día primero de
agosto tenían la huella que deja el picor del ácaro de la flor del baiburín.
El trajín del
CBTiS 45 ha cesado o mejor dicho cambio de huéspedes. Hasta el viernes eran
pies campesinos los que surcaban por patios, pasillos y aulas. Rostros
nerviosos y con ojos de esperanza en que habría una solución pronta y positiva
para su problema, se observaban en esa escuela preparatoria, mientras pequeñas
figuras infantiles buscaban distraer su tiempo y emplear las inquietudes que
les trae esta situación tan especial que viven. Sin alejarse mucho de sus
madres y abuelas observan a soldados, guardias nacionales y policías locales.
También ven llegar apoyos de vecinos y les llama la atención las mil vueltas de
servidores públicos, que nunca terminan sus quehaceres. Ahora esa institución
vuelve a la vida académica.
Pero en
Guamúchil se queda el impacto que deja el quinto desplazamiento interno de
Sinaloa del siglo XXI. Nunca se irán las imágenes de esos centenares de seres
humanos que llegaron con lastimados pies y mortificados corazones a pedir
solidaridad. Tampoco abandonará a Guamúchil la mala noticia de que seis
refugiados en el albergue han desaparecido el 6 de agosto. Un primo que les
llamó previamente por teléfono también se ha vuelto humo. Todos nos
preguntamos, ¿dónde están Gildardo, Juan Carlos, Cristino, César, Jesús Rosendo,
José Rosario y el primo Brandon Noé?
Se presentó
denuncia sobre los hechos, pero hasta hoy la familia desconoce si hay avances
en la investigación sobre el caso. Ni las fatigas que dejó la diáspora de los
días 28 y 30 de julio ni las angustias que se suman a la desaparición de siete
personas, abandonan a la familia de estos desaparecidos. Conocemos de cerca
casos como este desde el año de 1977 y, humanos al fin, nos impacta
profundamente que sigan tomando cuerpo en nuestra geografía. También se repiten
otras cosas que la autoridad no ha podido desahijar: la insensibilidad en el
trato a los familiares que tienen desaparecidos y el abandono de las carpetas
de investigación. No será por falta de elementos en el presente caso.
Y de acuerdo a
la información que proporcionan personas que estuvieron en calidad de
desplazados en el albergue, hay dos mujeres de las que se desconoce su
paradero: Keila Mariana y Teresa, la primera hija del fallecido Mario Alberto
“el Calabazas” y la segunda maestra de la comunidad de Bacubirito. Se dice que
las dos bajaron a Guamúchil el sábado 29 de julio desde San José de las
Delicias. Que estuvieron en la cabecera de Salvador Alvarado y que en el
trayecto de regreso a su comunidad desaparecieron. Es otro caso en que la
autoridad de procuración de justicia debe trabajar duramente para encontrarlas
y que regresen con sus familias.
El trabajo a
realizar por la autoridad ante este quinto desplazamiento interno es por
partida doble: lo que se tiene que hacer allá en las comunidades que fueron
afectadas por las acciones violentas de los días 28 y 29 de julio, tanto en
Sinaloa municipio como en Mocorito. El temprano regreso impone hilar con
puntadas finas cada detalle para evitar el repunte de acciones que afecten la
tranquilidad (sostenida con alfileres ahora). Ojalá que el Ejército mexicano
siga presente en las comunidades afectadas y que la Guardia Nacional y Policía
Estatal hagan lo mismo. El otro aspecto es cómo atender los saldos que deja
esta dolorosa experiencia, sobre todo acá en el valle. El trabajo de la
Fiscalía, en primer lugar, no debe sufrir tropezones ni apostarle a que otro
problema haga olvidar el presente.
Bien dicen todos
los colectivos de familiares con desaparecidos que estos no son sólo de sus
familias: los desaparecidos son de todos. De todos nosotros. De toda la
sociedad, incluida en ello a la autoridad. Por ello no esperamos menos en el
trabajo de investigación que realice la Fiscalía y que en la atención se mire
otro comportamiento de la Secretaría del Bienestar y de la misma Secretaría
General de Gobierno. Partamos todos de que al regresar los desplazados a sus
comunidades de origen no se ha resuelto el problema, pues en las condiciones en
que regresan se abre otro y quizá mayor: la difícil paz depende de los grupos
que la rompieron, no tanto de la autoridad o la población. Por eso la atención
debe caminar sobre otra senda, con otros pasos y con una mirada más aguda y
solidaria. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com