̶ La
indiferencia es una de las formas más certeras y sutiles de la violencia. ̶ Dice Tania del Río en su sensible libro
Las rastreadoras. ¿Qué pueden decir los centenares de miles de familiares de
víctimas? Mientras tanto, el silencio no es la actitud indicada para el resto
de la sociedad. Los sucesos que más lastiman la convivencia humana y que dejan
una huella indeleble en todos nosotros, obligan a modificar actitudes y
políticas públicas desde las altas esferas del Estado, so pena de sufrir graves
consecuencias de no hacerlo.
Luego de
sobrevivir a la aciaga jornada del 5 de enero pasado y al Quinto Desplazamiento
Interno que se inició los días 28 y 30 de julio anterior, medios de
comunicación abordan un análisis interesante sobre el trabajo en materia de seguridad
de corporaciones policiales, locales y federales, y el que corresponde a las
fuerzas armadas. El título está muy fuerte, pero el contenido está lleno de
datos, de lugares y de hechos que todos conocemos. Permiso para matar,
es la cabeza de todo un ensayo o reportaje periodístico de fondo, que nos lleva
de golpe a ver una realidad muy cruda y que obliga a la reflexión y a no
quedarnos pasmados.
El texto arranca
con el caso de la chihuahuense Yolanda Adriana Ramírez Soto, muerta
inexplicablemente a manos de la Policía Federal cuando paseaba en compañía de
su pareja y con dos niñas. La versión de los agentes policiales se impuso.
También se cuenta la historia de un jornalero michoacano, levantado por la
Guardia Nacional cuando pizcaba limón. Testigos del hecho sobraron en su
momento, sin que ello valiera para hacer que los autores del ilícito regresaran
a su víctima. El trabajo de investigación realizado por Noroeste y por Animal
Político tiene su mérito y nos lleva de la mano a dimensionar la verdadera
participación de las autoridades relacionadas con la seguridad pública en el
país.
La investigación
realizada en alrededor del noventa por ciento de entidades federativas del País,
arrojó una muestra de 1 mil 524 casos en los cuales identificamos desde desaparición
forzada, homicidios y hasta ejecuciones extrajudiciales. Para dimensionar el problema
de una crisis humanitaria en materia de seguridad, las cifras dadas a conocer
no resultan pobres. Y desglosadas por sexenio perfilan muy bien lo que en cada
gobierno se queda en daños irreparables. La atención se concentra en las 444
homicidios, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas atribuidas a
fuerzas policiales estatales y federales durante el gobierno de Felipe Calderón;
además de los 713 casos tan graves como los anteriores de la época de Peña
Nieto; y los 308 que se han acumulado en el gobierno de AMLO.
Destaca en el
análisis un razonamiento muy válido sobre la estrategia aplicada desde 2006
ante los problemas de violencia: la confrontación armada, como política pública
de seguridad. Preocupa saber que, si de un lado hay un comportamiento
generalizado de culto a la violencia, como recurso primero y último de gestión
y solución de intereses y de la economía ilegal, la respuesta del Estado no
antepone medida alguna que, sin dejar de imponer la ley y el respeto a la legalidad,
ahorre vidas, dolores y traumas sociales. Tres sexenios consecutivos, uno del
PAN, otro del PRI y el actual de MORENA, dos de derecha y uno progresista, no
se diferencian mucho en la aplicación de medidas para enfrentar la cada vez más
complicada situación en materia de seguridad.
Cuando la
presente administración federal camina su último tramo, sin haberse sacudido las
viejas concepciones sobre seguridad, que elevaron el costo social y económico
en un pretendido esfuerzo por disminuir la violencia y el delito en México,
justo es que empecemos a exigir a quienes tomen la conducción del país en el
otoño de 2024, un cambio de concepción sobre el problema de la violencia y
cambio de estrategia. Y empecemos a reconocer que en el país no existe solamente
la persecución de bandas criminales organizadas por parte del Estado. Existe un
conflicto armado interno desde 2006, que pauta las políticas públicas de
seguridad y que influye fuertemente en la vida económica y en el comportamiento
de todos los grupos sociales.
Los conflictos
armados que no tienen valladar se convierten en vectores de descomposición
social, que vuelven fallido al Estado en los puntos débiles del ejercicio de su
poder, al principio. Y después invaden verdaderas zonas de importancia para la
cohesión nacional de la República. Luego ponen a una Nación en la disyuntiva de
parar en seco esa amenaza o de sucumbir ante los demonios sueltos de la
violencia. Lo sucedido en los cinco desplazamientos internos en Sinaloa y en
tragedias como las de Tlatlaya, en el Estado de México o Ayotzinapa, Guerrero,
tienen una historia llena de reclamo por las complicidades y malas conductas
desde las filas de corporaciones policiales de todos los niveles y de las
fuerzas armadas.
En Sinaloa se
prepara un cambio de mandos en la Policía Estatal Preventiva. Y llama la
atención a que dicho cambio no ha llevado a realizar el obligado balance del
trabajo y de las omisiones cometidas por quienes ya se fueron. Sólo nos
informan que vendrán otros jefes, militares también, sin que haya un mínimo examen
para quienes ostentarán tan importante responsabilidad. Nuestra realidad nos
urge a plantearnos un nuevo comportamiento frente a la inseguridad. Si hay un
conflicto armado interno y las políticas públicas que atiende ese cáncer han
fracasado de manera rotunda, ni duda cabe que debe haber cambio de la medicina.
El presente y el futuro de nuestros hijos y nietos vale todo el esfuerzo que
hagamos por terminar con el fenómeno de la violencia. Urge la implementación de
una estrategia que priorice la paz, bajo la divisa de respeto a los derechos
humanos. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com