Hablar de
progreso es tratar el tema de la educación. La vida económica, política, social
y ambiental, no pueden concebirse fuera del marco de la formación académica y
cultural. Por eso es tan importante que todo el que deba asistir a las aulas y
aspire estar en ellas no se quede fuera de los espacios educativos. El país y
nuestra entidad deben hacer el mayor esfuerzo para que el derecho humano a la
educación pueda disfrutarlo todo niño, joven y adulto que anhele vivir la
experiencia de las aulas, sin limitarse a cubrir cuotas.
El pasado día 28
de agosto se dio el banderazo para el arranque del ciclo escolar 2023-24. En
ese fresco y alentador acto, el gobernador informó que se iniciaba un nuevo año
escolar con una matrícula de 570 mil estudiantes. No sé si se refería a los
niños inscritos en las escuelas oficiales de educación elemental, porque si se
incluyen los que asisten a las escuelas privadas rebasa con creces ese número.
Si echamos un vistazo al ciclo 2021-22 la cifra de estudiantes de educación preescolar,
primaria y secundaria, alcanzaba los 765 mil estudiantes.
Se nos informa
que son 144 mil niños de nuevo ingreso a las aulas. Son, afortunadamente, 144
mil nuevas posibilidades de aprender el conocimiento heredado de todas las
generaciones anteriores y de aportar otros elementos para dicho conocimiento
que la aplicación en las aulas y laboratorios generen en los trabajos futuros.
La Secretaría de Educación y Cultura compartió que 6 mil aulas se abrirían en
este ciclo escolar, excepto 62 que tienen problemas de energía eléctrica. En la
ciudad de Mazatlán, por cierto, una escuela secundaria manifestó no poder
iniciar clases por dicho problema.
Existe un
problema que la SEPyC debe resolver en breve: no son pocos los niños y jóvenes
quequedaron sin ser inscritos en los
diferentes niveles de educación. Las razones también abundan: padres trabajadores
migrantes, familias que son víctimas del desplazamiento interno por razones de
violencia, desplazados por razones económicas, entre otras. Un número
importante de los hijos en edad escolar ni siquiera se preinscribieron, menos
presentaron examen; pero por encima de todo argumento o dificultad, no deben
cerrarse las puertas de las aulas. Su derecho humano a la educación debe quedar
a salvo. Las escuelas son los espacios más abiertos, más libres, donde todos
debemos contar con un rincón para formarnos. Esos que no están hoy inscritos deben
ser llamados a seguir sus estudios.
¿Qué
consecuencias tiene no ir a las aulas? Los riesgos de la calle y del delito no
sólo están muy cerca de cada uno de nosotros, sobre todo de los jóvenes. Las
escuelas son el mejor recurso para alejar tentaciones y para abrir un horizonte
lleno de posibilidades para quienes en un momento crítico sienten que las
oportunidades de crecer en todos los sentidos se cierran frente a sus ojos. La
sentencia de Luis Astorga Almanza, en el sentido de que el destino más
inminente que espera a los niños que nacen y crecen en barrios pobres,
violentos y donde las conductas antisociales florecen a la menor provocación, será
el de ser empleados como punteros, tiradores de droga o sicarios. Ese
lamentable fin puede ser una cruda realidad si no hay un esfuerzo del Estado
por cambiar los factores centrales que hacen del entorno mencionado, el caldo
de cultivo ideal para forjar un ejército de reserva que espera ser reclutado
por las bandas del crimen.
Algunos
antecedentes no gratos en materia de educación siguen lastimando nuestra
memoria. Recordemos los dolores que los infligió el Covid-19, que obligó a la
ausencia (no se inscribieron) de 127 mil 860 personas entre 3 y 23 años de edad,
en el ciclo escolar 2020-21. No fue una cifra menor, pues representó un 9.6 por
ciento de la población escolar. Y de los que recibieron educación (de alguna
forma), en el medio urbano alrededor de un 6 por ciento enfrentaron el riesgo
de no ser contactados por sus maestros. En el medio rural ese porcentaje se
disparó a un 12 por ciento. No cuento a la mano con algún estudio posterior que
nos indique de qué manera se recuperó ese mal momento de la pandemia.
Hay estudios y
estudiosos del tema educativo que identifican el fenómeno de inscribirse y
luego no estar en el aula como deserción escolar; problema al que el maestro
Rodrigo López Zavala llama como exclusión de parte del sistema educativo. Creo
que este concepto nos acerca más a la comprensión del problema real que
enfrenta todo el sistema educativo. Digamos si no. Si un porcentaje del 5, 6 o
más por ciento no se inscriben en los niveles educativos a los que corresponden
y quedan fuera del ciclo escolar y del sistema, ¿culparemos a estudiantes y a
sus familias, sin ir más allá? Es muy importante lo que hace y lo que deja de
hacer el sistema educativo para incluirlos.
Lo mismo hay que
señalar a la hora de ver que un porcentaje de los inscritos no regresa a las
aulas o se presenta de manera esporádica e irregular. ¿El sistema educativo
puede ser sólo observador del problema? No. No es un asunto sencillo, pero
tampoco pueden esperar las autoridades educativas a que la solución venga de
afuera. Preocupa mucho saber que los malhadados reglamentos escolares
contemplan frecuentemente la expulsión de alumnos por conductas calificadas
como inaceptables. Antes que asumir la responsabilidad que le cabe a cada
institución y personal educativos, va por delante “deshacerse del problema” y
ya. El reto es cómo hacer que el alumno que practica esas conductas calificadas
como inaceptables vuelva al trabajo académico como el resto de sus compañeros. No
olvidemos que el derecho humano a la educación está por encima de esos obtusos
reglamentos. ¿Por qué creen que en las cárceles hay escuelas? Porque sólo se
suspenden dos derechos a los reclusos: a la libertad de desplazamiento y los
derechos electorales. El derecho a la educación, como el resto de los derechos,
no se ponen en duda.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com