nos
convertimos en apéndices del mundo de la mercancía.
Enzo Traverso
Contra la
desesperada esperanza, Lidia, la esquiva tormenta, no visitó las cuencas de
nuestros once ríos. Y el vivo deseo de citadinos y gente del campo sinaloense,
de ver llover copiosamente, aunque el agua inunde calles y desborde ríos,
arroyos y acequias, no lo pudimos disfrutar. Lidia buscó las tierras de los
jefes Tenamaxtli (Jalisco) y Nayar (Nayarit) para culminar su indecisa
dirección y evadió una ansiada cita en el territorio de Ayapin (Sinaloa). Con
ello las resecas presas de nuestro estado, sedientas se quedan. Pero el mes de
octubre no concluye su primera parte y aún alimenta una flaca esperanza de
lluvias y de que las aguas de arroyos y quebradas canten y bailen la canción de
la vida.
Hay expertos que
nos dicen que el ciclo agrícola 2023-24 es el más crítico en la historia de
nuestra agricultura, en materia de almacenamiento de agua. Y volteando a los
registros que marcaron el vital líquido de nuestras presas, encontramos que el
tercer milenio nos recibió con una sequía que apenas aportó el 35.3 por ciento
de almacenamiento de agua. Y por si fuera poco lo que nos deparó el año 2000,
dos años después volvieron los dolores de cabeza al detenerse el registro
hídrico en apenas el 35 por ciento. Después de los furtivos e inútiles
coletazos que nos dedicó Lidia, nos encontramos con la mala noticia de que
nuestras presas no cuentan ni con un 30 por ciento de su capacidad de almacenar
agua.
Los más
optimistas plantean posibilidades de lluvias en lo que resta de octubre y no
faltan quienes señalan que las precipitaciones se trasladarán para noviembre y
diciembre. Y si a deseos vamos, yo también quiero que las cabañuelas regresen
en enero próximo. Pero puede no suceder. La situación que se observa hasta hoy,
lleva a que las instituciones especializadas en la agricultura y la
administración del agua, estén pensando en la drástica disminución de la
superficie dedicada al maíz blanco: de 520 mil 904 hectáreas en el ciclo
2022-23 a una superficie que no superaría las 200 mil.
Basta imaginar
esa disminución para tropezarnos con un triste panorama en el campo abandonado,
con centenares de miles de brazos sin trabajo, sin el derrame de dinero que
alegra los hogares de trabajadores y sin las cosechas que alimentan el comercio
y la industria local, y el consumo internacional. Las hortalizas sufrirían
también la anemia a la que obliga una sequía de la dimensión que ahora vivimos.
Y la ocupación caería verticalmente, para dejar sin empleo y sin ingresos a
decenas de miles de obreros agrícolas. Las ciudades no verían llegar tampoco
importantes montos de divisas que genera habitualmente nuestra agricultura de
exportación y tampoco el porcentaje de los salarios que acá se quedan temporada
a temporada.
Y al no llover
también impactará a la economía subterránea, a la economía ilegal, a la llamada
economía canalla. Si no llovió lo suficiente en la sierra, los cultivos de
mariguana y de amapola perecerán en un alto porcentaje o su rendimiento caerá
en picada. Aunque no seamos partidarios de dichas actividades, no dejaremos de
reflexionar en que, si faltan ingresos en esas latitudes, las familias que allí
viven sufrirán la falta de alimentos. No se requiere de mucha ciencia para
concluir en que ello puede llevar a esas zonas a una crisis de inestabilidad
preocupante.
Reorganizar el
ciclo agrícola 2023-24 es bueno y encontrar la opción para cultivos que
consuman menos agua como el frijol, garbanzo y el cártamo, sería una
alternativa inteligente. Pero históricamente estamos fallando de cabo a rabo. A
pesar de las sequías del año 2000 y 2002, no se ha legislado tan radicalmente
para preservar los recursos hídricos como patrimonio de la Nación. No contamos
con un marco legal a nivel federal que garantice que el agua es un derecho
humano y que no debe haber familia o grupo social que esté excluido del acceso
a este vital recurso. Compañías refresqueras y cerveceras no han demostrado en
Puebla, en Baja California y otros rincones del país, el peligro de permitir
que gobiernen sobre el agua disponible.
Urge la rectoría
del Estado en la administración del agua. Una simple pregunta sobre la
administración del escaso 29 por ciento del agua disponible en las presas de
Sinaloa, nos pone en un serio predicamento. Los módulos de riego no son
espacios donde la democracia sea moneda de alta circulación, ni tampoco donde
se atienda a pie juntillas las políticas de Estado sobre la distribución del
agua. ¿Ante los apuros que impone la actual sequía, qué pasará en esas aduanas
del vital líquido? Lo recomendable no sería esperar a lo que pueda pasar,
porque en otros años los productores más débiles han quedado en el mayor
desamparo frente a quienes controlan esas aduanas del agua.
Si 15 de los 18
municipios de Sinaloa padecieron sed en este año y las autoridades aliviaron la
situación con pipas (no siempre suficientes), esa alerta no se ha extinguido.
Ojalá llueva en el ocaso de este año, pero con ello o sin este milagro, el
Estado está obligado a establecer prioridades en la administración del agua
disponible. Y al hablar del derecho humano al agua, la que se dedique al
consumo humano no puede considerarse en segundo o en último término. Todas las
ciudades y todos los asentamientos humanos, por más humildes y pequeños que
sean, deben tener garantizado el consumo de agua para sus necesidades
elementales. Nunca como hoy ha tomado mayor fuerza y claridad que la democracia
en la administración y uso del agua, es la mejor garantía de la supervivencia
humana. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com