una
enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo.
Jorge Luis
Borges
La tormenta
Norma resultó la medida de lo que somos y de lo que tenemos. De lo que somos
como sociedad y de la autoridad que tenemos. Un balance preliminar nos habla de
algunos saldos a tomar en cuenta para dimensionar los daños que dejó la
tormenta. Protección Civil nos dice que Ahome, Guasave y Navolato, resultaron
los municipios que más sufrieron daños durante las lluvias que trajo “Norma” y
que presentan un cuadro de preocupación por la situación que padecen centenares
de familias. Tan solo Guasave registró 500 refugiados en los albergues
oficiales, más los que encontraron un espacio solidario con familiares y
amigos.
En otras cifras
nos dice Protección Civil, que llegaron a mil 744 personas las que buscaron
asilo en los municipios de El Fuerte, Ahome, Guasave, Angostura, Mocorito,
Navolato y Salvador Alvarado. La información previa a la tormenta habló bien de
la disposición de instituciones educativas como la UAS, la UADO, SEPyC y ayuntamientos
y de la infraestructura del Gobierno del Estado, que aseguraron había capacidad
instalada para albergar a unos 50 mil potenciales damnificados. Por fortuna no
hubo necesidad de tanto.
Sin que se haya
terminado el recuento de los daños, sabemos al menos que unas 500 viviendas al
ser invadidas por las aguas diluviales anegaron sus muebles perdiéndolos para
el uso posterior, pues ni la madera ni el tapizado resistirán más allá de una
mala mirada. Los números finales de hogares afectados en su mobiliario quizá no
lo sepamos, pero la cifra registrada nos da una idea de la dimensión que en
este renglón se alcanza.
El desarrollo de
los acontecimientos llama la atención sobre la actitud de la autoridad y de la
de voluntarios civiles ante la emergencia. El gobernador Rocha Moya recorrió y
recorre las zonas más afectadas por la tormenta, supervisando las acciones de
apoyo y comprometiendo ayuda para reponer las pérdidas materiales en los
hogares donde el agua entró como Pedro por su casa. Esas visitas a las zonas
vulnerables están bien y permiten un acercamiento entre los damnificados y la
autoridad. Y alimentan la esperanza de recuperar esa parte del patrimonio
familiar sin la cual no toma cuerpo el sentido de hogar ni se concreta la
posibilidad de la comodidad mínima familiar.
La emergencia
puso a prueba a la sociedad civil y, como en tantas otras ocasiones, los grupos
activos de esa colectividad se pusieron en marcha disponiendo de los apoyos a
mano y buscando solidaridad en quienes tienen maquinaria como retros y
tractores, como camiones para desplazar población y convocando a la comunidad
para hacer acopio de recursos y despensas para hacerlas llegar a los damnificados.
Colapsaron los municipios de Ahome, Guasave y Navolato, pero todos los lugares
no faltaron los ciudadanos, organizados o no, que mostraron espíritu solidario
y disposición para aliviar la difícil situación de centenares de familias en
situación de extrema necesidad. Esa actitud solidaria desde el seno de la misma
comunidad que, sin dejar de tener dificultades por la misma tormenta, da
sentido a la existencia y fortalece los lazos que garantizan la continuidad de la
civilización. Esos esfuerzos son heroicos.
Entre las
conclusiones obligadas está la de aceptar que queríamos agua; anhelábamos que
lloviera, sabiendo de sobra que al parejo de los beneficios del vital líquido
le acompañan los problemas de los cuales ya pasamos revista. No puede ser de
otra manera. Y qué bueno que haya llovido, aunque lamentemos que las presas no
hayan llenado sus vasos y que a estas alturas del año no tengamos garantizada el
ciclo agrícola 2023-24. Llovió y tenemos la certeza de que la ubérrima tierra
sinaloense ha mojado su vientre y que para el arranque de la próxima temporada agrícola
no se requiere el “baño de asiento”: ese primer e indispensable riego anterior
a la siembra.
Este año hubo
sequía en 15 municipios, situación que no se resolverá automáticamente si este
fin de año hay las erráticas equipatas y si en enero regresan las nostálgicas cabañuelas.
Cada año el agua nos replantea la necesidad de tomar las medidas necesarias
para una administración más racional del recurso hídrico y una distribución más
democrática entre la población que lo consume; sin descuidar la aplicación en los
cultivos que garanticen los alimentos esenciales y el tratamiento científico de
las aguas residuales para reiniciar el ciclo de esas aguas y puedan
incorporarse a todas las necesidades, tal como nos las obsequia la naturaleza.
Una nueva
cultura en relación al agua debe imponerse. Una nueva política pública desde el
Estado mexicano, enmarcada en una legislación que garantice el derecho humano
al agua, alejando los intereses que ahora se imponen por los grandes monopolios
como la Coca Cola, las compañías cerveceras y las embotelladoras de agua. Por
razones que no se han expuesto, el Congreso de la Unión ha embromado dicha
legislación. La sociedad organizada debe poner presión en el tema, antes de que
la crisis manifiesta por la prolongada sequía en el país ponga la situación en
un punto donde ya no hay regreso y el padecimiento de sed comience a cobrar
vidas humanas en comunidades enteras. La nueva cultura sobre el agua debe
cobrar fuerza desde las comunidades, debe arraigarse en las escuelas, en los
hogares, en los centros de trabajo. Hay temas que deben dominar nuestras
conversaciones y que hacer: la vida y el agua, el medio ambiente y el agua, la
supervivencia de todas las especies y el agua. Y, desde luego: el riesgo de
permitir que los monopolios acaparen el agua que es patrimonio de todos. Vale.
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com