¿Cuándo procedió
jamás una causa de sí misma sin causa?
MevlanaRumi
Nunca como ahora la vida nos invita a
vernos y hablarnos sin ambages. Como los problemas no son pocos y a menudo se
complican más de lo esperado, lo mejor es verlos y tratarlos con lo amargos y
espinosos que se presenten. Con ello no sólo no nos engañamos, sino que tenemos
más oportunidad de resolverlos. La progresiva participación ciudadana en los
asuntos de todos, en la cosa pública, así lo demanda, pues en el ejercicio de
concurrir y de confrontar opiniones se encuentran las soluciones buscadas.
Dos cosas convocan nuestra atención esta
semana: el anuncio oficial en el sentido de que la heroica ciudad de Culiacán
ya no está clasificada entra las 50 urbes más violentas del mundo. No deja de
ser una agradable noticia y nos empuja a esbozar una tímida sonrisa buscando
celebrar un logro del que no estamos seguros haber alcanzado. Es cierto que las
cifras oficiales nos están diciendo desde hace meses que algunos delitos de
alto impacto se mantienen en descenso, pero se atraviesan algunos
acontecimientos que poco tienen que ver con la paz y tranquilidad que muchos
deseamos.
Recibir esa novedad a menos de dos meses
del llamado Culiacanazo 2.0 siembra no pocas dudas,
porque aún no asimilamos las consecuencias y las enseñanzas que ha generado.
Baste pensar en los costos que tuvo y tiene: en vidas de soldados y policías, y
de civiles, ya no se diga en dineros. Hay algo también muy serio: los daños que
han quedado en las mentes infantiles de la comunidad de Jesús María. ¿Cómo
atender esto último? Pues no vemos un plan ni muchas ideas de cómo abordar esta
tarea.
Pero los daños no paran allí y como
todas las tragedias para ser superada debe dejar
huella positiva. Me refiero al comportamiento nuestro ante otros eventos de
magnitud similar. La autoridad no nos ha dicho nada, pero desde la sociedad les
decimos: así como el terremoto de 1985 nos ha impuesto las prácticas de
simulacros, como escuela de aprendizaje ante el riesgo inminente de otros
sismos; lo sucedido el 5 de enero pasado en siete municipios del estado, nos invita
a reflexionar en serio en la actitud y el comportamiento que debemos tener en
un probable acontecimiento emparentado con la jornada del 5 de enero. Y la
preocupación no se limita para los adultos ni se circunscribe a la calle o
centro de trabajo, vale también para las escuelas y el hogar. Más allá de la
certeza de si Culiacán está en la espinosa lista de las 50 ciudades más
violentas o no, trabajemos porque la paz, la seguridad y la justicia ocupen un
destacado lugar entre nosotros.
El otro problema que sigue ocupando
crecientes preocupaciones es el de la vivienda. Recurrimos a los trabajos
realizados por el eminente Julio Boltvinik en la
materia, para decir que las viviendas de la gente pobre, para que lo sean,
“deberían cumplir las funciones de protección, higiene, privacidad, comodidad,
funcionalidad, localización y
seguridad en la tenencia”. ¿Qué porcentaje de las casas habitación de la gente
humilde satisface estos requisitos? Es muy probable que ese universo de techos
llene dos o tres requisitos. ¿Qué hacemos con los demás?
Las preocupaciones de Boltvinik y de la antigua institución que se llamó Coplamar, fueron en su momento más lejos: había que asumir
que cada familia tuviera una vivienda, para evitar el dañino déficit; definir
el espacio vital por habitante (número de personas por cuartos habitables);
conservación de la vivienda (materiales, vida estimada y estado actual); agua
entubada al interior de la vivienda; drenaje; y electricidad.
De la observación sobre épocas no tan
lejanas en materia de vivienda, atención del Estado al problema y democracia,
encontramos que el empeoramiento en el campo de la vivienda tiene cercanía con
conflictos sociales de alto impacto social. Es el caso de los años sesenta del
siglo pasado, que llevaría al doloroso 1968. Las siguientes dos décadas
tuvieron mejor comportamiento entre crecimiento de la población y en la
construcción de la vivienda. La creación del Infonavit,
del Fovissste, de Corett y
de los institutos de la vivienda en los estados, ayudó en mucho a mejorar la
situación mencionada.
El asalto del neoliberalismo a las
instituciones del Estado, en especial a estas relacionadas con el alivio del
déficit de la vivienda, cambió el panorama de este terreno en México. El Infonavit y el resto de las instituciones creadas para
abatir el infierno en asuntos de vivienda, se vieron envueltas en los intereses
de fraccionadores privados y banqueros y funcionarios, que las obligaron a
servir de puentes de ganancias, olvidándose de la misión original y dejando en
el desamparo a quienes habiendo accedido a créditos de vivienda, ahora tenían
que vérselas con terceros constructores y con el pago de mensualidades que
desbordaban sus famélicos ingresos. El resultado ha sido, en gran medida, la
expulsión de innumerables familias de las casas que un día soñaron suyas o el abandono
de las mismas al no poder pagarlas. Guardando proporciones, volvemos a
plantearnos el problema de la vivienda como en los años sesenta. No esperemos a
que estalle en conflicto social. Con voluntad, es posible atender exitosamente
el problema. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com