El Senado
de la República aprobó el ingreso de 11 militares estadounidenses el pasado 2
del presente mes. El argumento principal es que capacitarán a soldados
mexicanos. El ingreso con fines académicos quizá no genere mucha urticaria entre
los mexicanos, pero también se resolvió que entren armados y con las municiones
respectivas. Y al hablar de que se desplacen con armas como Pedro por su casa,
eso sí provoca y provocará amplia polémica. Sobre todo por los múltiples
antecedentes no gratos en las relaciones bilaterales México-EU.
No sólo son
las viejas agresiones del siglo XIX que llevaron al pillaje y pérdida de más de
la mitad del territorio nacional, y las posteriores aventuras anexionistas que
pretendieron quedarse con la península de Baja California y Sonora. Durante el
siglo XX fueron sus dos intervenciones militares en Chihuahua y Veracruz. Sin
faltar los conflictos y amenazas por la expropiación petrolera y la
nacionalización de las tierras de cultivo del Valle de Mexicali y San Luis Río
Colorado. Y la salinización que desataron en las aguas del Río Colorado con el
fin de afectar las tierras nacionalizadas.
Durante el
siglo XXI no han faltado una y mil formas de intervenir en nuestros asuntos
internos. Iniciativas que van desde acusaciones de dumping a nuestro tomate
cada vez que desean proteger a los productores de La Florida, hasta las
campañas que dañan a nuestras zonas turísticas. Amen de los cotidianos
incidentes unos leves y otros graves a lo largo de los 3 mil 200 kilómetros de
frontera común. Entre los que destaca el de la noche del 25 al 26 de septiembre
de 2021, cuando 14 soldados mexicanos cruzaron de manera accidental la frontera
en el punto de Ciudad Juárez-El Paso. El trato recibido por los mexicanos no
tiene el sello de la tersura de parte de nuestros vecinos del norte.
Para los
diferentes grupos parlamentarios en el Senado de la República aprobar que un
grupo de oficiales del Ejército de los EU entre a México armado, fue una cosa
de mero trámite. Pero lo menos que podemos preguntarles es cómo se aplicará el
principio de reciprocidad en materia de relaciones entre México y EU, es decir,
¿no habrá urticaria gringa si nuestros militares visitan armados West Point, el
Departamento de Estado o el Pentágono? Todos sabemos que las probabilidades de
que los reciban con una amplia sonrisa y un apretón de manos son más bajas que
las reservas de agua en las presas de Sinaloa.
No está
demás recordar lo que el término de Soberanía ha significado para la
sobrevivencia nacional. Qué podemos pensar ante las agresiones que nunca
buscamos y que nos costaron más de la mitad de nuestro cuerpo territorial, de
invasiones de Francia que impusieron un emperador, de los riesgos de separación
que promovieron nuestros vecinos del norte en Yucatán. La experiencia mexicana
ante los apetitos de las potencias, en especial de los EU, ha dado un valor muy
especial al término de Soberanía. Lo define de manera diáfana el Artículo 39
Constitucional y lo llevamos como tatuaje en la memoria y en el corazón.
Todos
esperamos que la vieja mentalidad colonizada que nos ha perseguido a través de
la historia, cese en los actos de gobierno. Nos explicamos esa actitud (no la
justificamos) en muchos de los gobernantes a partir de nuestra cara
independencia, pero no la entendemos en este sexenio que tanto ha reivindicado el
derecho legítimo de nuestro país a la Soberanía en todas sus aristas. Otras
camadas de gobernantes contemporizaron con los gobiernos y grandes empresarios
extranjeros, obstaculizando la concreción de grandes anhelos industriales como el
Proyecto Azteca: la fabricación de camiones con tecnología mexicana.
Como el
Senado de la República no informó de manera clara a qué demonios vienen esos
militares norteamericanos, salvo el concepto general de capacitar a nuestros
soldados, no han faltado analistas que sugieren los temas que abordarán esos
oficiales que, en lugar de lucir textos, libretas de apuntes y pluma, traerán
atravesada una pistola reglamentaria con todo y las municiones. Con qué fin
viene la fusca en la cintura de los oficiales, ¿para no perder la costumbre de
portarla como aquel compadre del síndico de Navolato, hecho famoso por Belén
Torres? O lo usan como instrumento de educación al trasnochado estilo de los
maestros de antaño, que defendían su “método” argumentando que con sangre
entran las letras.
Los
analistas nos dicen que en los cursos que se impartirán entre el 8 de abril y
el 17 de mayo del presente año, las asignaturas a impartir serán las de Estrategias
defensivas e Intervención médica y salvaguarda de la población civil. El primer
tema nos lleva a interrogar si dichas estrategias se orientan sobre los riesgos
potenciales con otros países o están orientadas hacia el interior, como se ha impuesto
en las últimas décadas. Y en el segundo, nuestro Ejército ha alcanzado un
prestigio por su valiente comportamiento en las inundaciones que provocan
ciclones y grandes tormentas, entre otras emergencias, con su Plan DN-3. Creo
que en este terreno nuestra experiencia militar no está en desventaja con
cualquiera otra.
Si alguien
reivindica que Santa Gertrudis es México, tienen mucha razón. En esa coordenada
chihuahuense aterrizará la aeronave Hércules C-130 de la Fuerza Aérea de
Estados Unidos, sobre la pista de la Base Aérea No. 11 de México. El campo
militar donde se ubica ese centro nacional de entrenamiento es el 42-A y lleva
el nombre Francisco Villa. ¿Qué diría el Centauro del Norte, que cabalgó sobre la
Sierra de Santa Gertrudis, llevando una esperanza para los pobres, sobre la
presencia armada de los paisanos de Pershing, aquel que a la cabeza de la
Expedición Punitiva pretendió aprehenderlo en 1916-17 y llevarlo como trofeo de
guerra a su país? Sería muy sano que el Senado fuera más respetuoso y coherente
con la filosofía del Artículo 39 Constitucional y más fiel con la historia
nacional y los sentimientos patriotas de los mexicanos. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com