Significa
que debemos dejar de tratar el cambio climático
como
algo que solo sucederá en el futuro.
Andreu Escrivá
Preocupa tanto
la escasez de agua como la orfandad de medidas que mitiguen la crisis a mediano
plazo. Las malas precipitaciones de la temporada de lluvias 2023 tiene a las 11
presas de Sinaloa en el peor estrés hídrico desde que hay embalses para
contener el vital líquido. De acuerdo a CONAGUA las reservas disponibles en las
presas apenas llegan a la desmayada cifra del 12.1 por ciento. Y por la
situación particularmente grave de la Presa Luis Donaldo Colosio (Huites) y la
Adolfo López Mateos han cerrado sus cortinas, al menos para uso agrícola. Por
la anemia que padece la Presa Miguel Hidalgo, tendrá que recibir alimentación
de su vecina Huites para asegurar el consumo humano desde la serranía a la
costa del norte. El Río Fuerte no luce ahora el vigor de otros tiempos.
El organismo
federal que administra el vital líquido nos dice que las presas Gustavo Díaz
Ordaz, Guillermo Blake Aguilar y la Aurelio Benassini Vizcaíno, pueden ver
cerradas sus cortinas en los próximos días de no darse la milagrosa visita de
Tlaloc o al menos su mojado encargo a través de un tempranero arrebato lluvioso
de nuestro olvidado Coltzin. Sí, Coltzin, el Dios de nuestros abuelos del
prehispánico Chicomostoc de Culiacán. En tanto nos mantenemos en una
desesperada y sedienta espera buscando hilvanar opciones que nos permitan ver
con mejor optimismo el horizonte de estos traumáticos meses y de los inciertos
años venideros.
La dimensión de
las lluvias desde finales del siglo XX en nuestra entidad nos inclina a ver con
preocupación el futuro local, pues tan solo la referencia de que el agua que
descargaron las nubes en 2023 fue menor en un 23 por ciento a la del año 2021,
nos deja un mar de preocupaciones. El océano de dudas se acrecienta si nos
asomamos a los registros que se tienen en la CONAGUA en periodos importantes de
las últimas décadas, por ejemplo: en los últimos 24 años, solo ocho de ellos tuvieron
precipitaciones por encima de la media anual. La tendencia para los próximos
años no invita a pensar que las temporadas de lluvias serán más ordenadas y
generosas.
Mientras no
vemos mucho movimiento en las oficinas a las que les corresponde no sólo estar
al cuidado de los recursos hídricos, sino otras que administran su distribución
y que deben garantizar que no falten para el consumo humano y las actividades
económicas de las que no se puede prescindir porque en ello va la seguridad
alimentaria y la salud colectiva. Con el difícil horizonte que observamos a muy
corto plazo no se despliega alguna fuerte campaña que convoque al consumo más
racional del agua en los hogares, en la industria, en el comercio y en las
actividades agropecuarias.
El Instituto
Nacional de Ecología y Cambio Climático llama a la acción sin pérdida de
tiempo. Nos dice que, si el modelo económico sigue tan campante como en las
últimas décadas, a pesar de las pandemias padecidas y nuestra conducta de seguir
lastimando la salud del planeta, estaremos cosechando un 0.4 de lluvia menos
para el 2040 y condenaremos a las generaciones venideras para que el año 2060
las precipitaciones de agua sufran una caída de un 3.8 por ciento. No basta construir
más presas, ni pavimentar canales, ni excavar más pozos.
Si el mes de
mayo es la frontera crítica entre la escasísima agua que nos queda en las
presas y su agotamiento definitivo, no podemos esperar a ver que se nos ocurre proponer
o hacer para enfrentar una situación en la que las reservas de agua serán una
ilusión. Los planes económicos y sociales, y aún los personales no pueden
partir de un suelo seco, ahíto de sed, en donde la flora y la fauna sean la
ausencia vital en nuestro entorno. Con toda la incertidumbre que nos pintan
estas semanas que nos separan de ahora hasta las primeras lluvias, todos esperamos
ver propuestas y acciones que ayuden a administrar las escasas aguas con que
contamos, para el sufrimiento de la vida en Sinaloa sea el menor posible.
Sabemos que el
reto principal es el cambio definitivo del modelo económico para remediar los males
que le hemos impreso ya casi de manera irreversible al planeta. También estamos
conscientes en que ello no sucederá de la noche a la mañana, pues es una tarea
que la humanidad no debe posponer, pero que le costará años realizarla. Sin
embargo, hay algunas cosas que agravan la situación planteada y que se siguen
atendiendo bajo el argumento que son inversiones que dan empleo. Sin pensar,
desde luego, en los costos en materia de ecología y en el campo de la vida de
las especies vegetal y animal, incluida la humana. Son los casos de las
compañías mineras que depredan el medio ambiente y la pretendida planta de fertilizantes
de Topolobampo.
Es bueno cuidar
el agua, mejor es preservar los bosques y cuencas que reciben y guardan las
aguas de las lluvias, todavía más plausible es desarrollar nuestras ciudades y
complejos industriales, agrícolas y ganaderos sobre bases armónicas con la
naturaleza. Y con todo ello, no podemos seguir construyendo un muy incierto
futuro sobre la creencia de que lo importante es mantener un crecimiento
económico y que ello resolverá automáticamente los problemas que se presenten. El
modelo económico que nos han impuesto es funcional a condición de crecer a un 3
por ciento anual, lo que cada día es más difícil alcanzar. Buscar lograrlo
tiene como precio el agotamiento acelerado de los recursos que la tierra nos ha
brindado, la contaminación, el crecimiento de los desiertos, el empobrecimiento
de amplias regiones del planeta y el riesgo de cancelar las posibilidades de la
vida en el mundo que conocemos: nuestra casa. Urge una estrategia del gobierno
para atender esta emergencia. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com