̶¡Javier, tu madre te busca! Y
no está sola. Con esa consigna y bajo un sol canicular, poco antes de las 9 de
la mañana un grupo de unas 40 mujeres encabezadas por la ciudadana María
Josefina Carrillo Grajeda arribó al Palacio de Gobierno. Se habían dado cita a
las 7 am para una misa en Catedral donde pidieron por la localización de Javier
Maximiliano, hijo de Josefina. Después de la homilía, partieron del atrio de
Catedral en una angustiada andadura con rumbo a la sede del Poder Ejecutivo. Después
de ocho días de no ver a su hijo y de haber tocado mil puertas, la trabajadora
social Josefina, quería ver al gobernador Rubén Rocha.
Varias oficinas lucían huérfanas de jefes a esa hora y las damas
manifestantes estuvieron que esperar varios minutos para que las abordara algún
funcionario y se canalizara la inquietud de la señora Carrillo Grajeda.
Mientras tanto, las lonas que reclaman el regreso de Javier Maximiliano se
mantuvieron enhiestas un buen rato, completando el círculo de solidaridad que
se formó con los presentes alrededor de la madre que protestaba. Cuando les
avisaron que los recibiría Rodolfo Jiménez, encargado del despacho de la
Secretaría General de Gobierno, las lonas se depositaron en el piso de la
explanada con el fin de que fuera leídas con comodidad
por quienes visitan Palacio de Gobierno para hacer alguna gestión.
La entrevista con el funcionario fue breve y remitió a doña Josefina con el
vicefiscal general, Dámaso Castro y con el titular de la Fiscalía Especializada
en Desapariciones Forzadas, José Luis Leyva Rochín. Quienes recibieron a la
madre rastreadora poco después del mediodía. Allí volvió a relatar los hechos y
a dibujar la personalidad de su hijo desaparecido. Javier Maximiliano es
estudiante de preparatoria, con 18 años de edad, con problemas de salud que, si
bien le permiten asistir con regularidad a clases, lo limitan para desarrollar algún
deporte. Pero las inquietudes juveniles y la asociación cultural con otros
jóvenes lo han llevado a formar parte de un grupo musical en el que se desempeña
con el requinto.
El día 21 del presente mes se dio la lamentable desaparición del joven
Carrillo Grajeda. Fue por la noche luego de que cenara en su casa en compañía de
Miguel, uno de los compañeros músicos. Salieron juntos rumbo al domicilio de su
amigo. Allí estaban ensayando música y Javier Maximiliano salió a comprar una
bebida a un OXXO cercano. Ya no regresó. No se llevó el teléfono celular (que
se quedó cargando) ni tampoco lo acompañó nadie.
Horas después se abrió la carpeta de investigación 9497/2024 en la Fiscalía
Especializada, misma que no ha rendido los frutos esperados para los primeros
días. La marcha y las audiencias solicitadas por la TS Josefina reflejan la
pobreza de resultados en las investigaciones y la esperanza de que, con actividad
febril, que no ha parado en las oficinas de gobierno, se pueda conseguir el
regreso de Javier Maximiliano. El amor de madre, como en todos los casos
conocidos no se detiene ante los escritorios de funcionarios ni ante los
lacónicos informes de investigadores. ̶Voy un paso adelante de ellos. ̶Dice Josefina.
El caso de Javier Maximiliano replantea, como todos los anteriores y desde
hace muchos años, el qué hacer ante el fenómeno de la desaparición forzada de
personas. Por los números (más allá de los 113 mil) de más está reiterar que
alcanza una dimensión enorme y de gran preocupación para la seguridad y la gobernanza
del país. Pero de todo esto se desprenden varias preguntas y también certezas
sobre este flagelo que vive México desde los años sesenta del siglo pasado. Si
no hay fuerza constituida en el país superior al Estado, que además cuenta con el
marco y los recursos constitucionales y el aval de la población, por qué subsiste
la práctica de la desaparición forzada. ¿Qué tan poderosos son los que se
dedican a esa anticonstitucional práctica?
En muchas ocasiones hemos señalado que hay una crisis humanitaria en
nuestro país que la componen los renglones de homicidios, desplazados por razones
de violencia y desaparición forzada de personas. Y que urge una política
pública que abata lo que sucede en cada uno de estos renglones. De alguna
manera nos explicamos que esta tarea no se cumpliera en los regímenes
anteriores, pero ¿Por qué en este gobierno federal al que ya le pardea su final
no fue posible hacerlo? Ni casos como el de Ayotzinapa que sensibilizaron la
piel y el corazón de millones de ciudadanos en todo el mundo pudieron llevar al
Estado mexicano al conocimiento pleno de la verdad sobre los hechos y, menos, a
la justicia plena. Nos quedamos con el dolor y la frustración que deja el
fracaso.
Como en la mayoría de los casos ni las fiscalías especializadas en la
desaparición forzada, ni las comisiones de búsquedas, ni las comisiones de
atención a las víctimas concluyen de manera victoriosa sus investigaciones,
familiares, amigos y muchos ciudadanos no dejan de preguntarse: ¿existe otro
Estado dentro del Estado que ya conocemos? Se refieren a la existencia de algún
otro poder que impone su fuerza de manera ilegal y que no puede pararse. Tenemos
más de medio siglo lamentando desapariciones y el Estado está emplazado
históricamente a definir una política pública que detenga la práctica de la
desaparición forzada. El caso de Javier Maximiliano vuelve a poner en tela de
juicio la voluntad para cumplir con esa obligación constitucional. México no
tiene por qué esperar a que la cifra de desaparecidos supere la que ya tenemos.
Es ahora. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com