Volvimos a
confinarnos. Hace algunos años lo hicimos obligados por el Covid-19, ahora lo
hacemos por razones de violencia. Desde el infausto jueves 25 de julio lo
temíamos y lo esperábamos con el corazón estrujado. Sobreviviendo con el Jesús
en la boca, pero siempre apostando a una existencia en la normalidad, unos entregados
al trabajo, otros yendo a la escuela, a los campos deportivos y a una y mil
cosas que solemos hacer. Buscamos integrarnos en cuerpo y alma a la vida
económica y social, aportando un granito de arena a la riqueza que genera la
sociedad sinaloense, pero sin perder de vista la eterna amenaza de una
irrupción violenta. Vivimos como decían nuestros abuelos: con un ojo al gato y
el otro al garabato.
Eran las 6 de la
mañana del pasado lunes, cuando el ronronear de un helicóptero rompe la
tranquilidad de mi barrio volando hacia el oriente, donde unos minutos antes
hubo un enfrentamiento de civiles y miembros de la Guardia Nacional. Dos
elementos policiacos fueron heridos. Uno de ellos lamentablemente falleció en
el hospital. Ese fue el anuncio de un aciago día, pues en las horas siguientes
se registraron disparos en distintos puntos de la ciudad de Culiacán con saldo
de al menos otras tres vidas de civiles, un alto número de autos y camionetas
violentadas y luego aseguradas por la autoridad.
Las redes
sociales se inundan con los datos que generan estas situaciones, algunas
imágenes fieles a los acontecimientos con sus datos y otras que no se
corresponden a los hechos de ese día. De nuevo la acción de los amantes de las
redes sociales son mucho más dinámicos que la reacción de las autoridades para
responder a los hechos registrados y para salir a informar a la ciudadanía
sobre las acciones violentas que se están viviendo y el consabido mensaje, en
tiempo y forma, de que se está trabajando para que la normalidad regrese de
inmediato a la ciudad y a las regiones afectadas. Es cierto que el secretario
de seguridad del estado hizo presencia en la escena de La Campiña, coordenada
del primer hecho violento, pero un tanto distante de los medios y con retraso
en el tiempo.
El día cerró con
mil rumores sobre que pasaríamos una noche sin poder dormir, alimentados por
algunos hechos en La 20, rumbo al sur de la ciudad y con informaciones que narraban
acciones violentas en Pericos y Recoveco, Mocorito; Navolato; ElDorado y Elota.
A falta de un protocolo que le dé claridad a la autoridad y también a los
ciudadanos, no faltaron las contradicciones en torno a si habría clases para el
día martes. La Universidad Autónoma de Sinaloa, llamó desde el lunes al
ejercicio virtual de clases ante la violencia, la SEPyC convocó a clases y
entre las escuelas particulares se expresaron las dos opiniones. El sentido
común en los padres de familia se impuso. Como no había certeza de lo que
pasaría en la calle al día siguiente, optaron en su mayoría por no llevar a sus
hijos a la escuela.
Y el día martes amanecimos
bajo una tensa calma en la que hasta el viento temía despertar las fuerzas
siniestras. La presencia mínima de alumnos en las escuelas primarias y
secundarias llevó a la sabia decisión de los directores de suspender las
labores y enviar a los alumnos a casa. Al poco rato comenzaron a circular informaciones
sobre actividades delincuenciales. La Secretaría de Seguridad Pública manifestó
que varios de los videos publicados no se correspondían con los hechos del día
martes en Culiacán, pero fue aclaración tardía.
Las pérdidas que
se lamentan en cinco municipios del estado en estos dos preocupantes días no
son pocas. La autoridad debe precisar el número de vidas (de policías y de
civiles) que se perdieron y los empresarios y estudiosos de la economía nos
deben un cálculo de lo perdido en el comercio, transporte y otros servicios. Las
calles del Centro Histórico de Culiacán lucieron el lunes y martes tan solas
como si fueran las de un pueblo fantasma. El miércoles no fue la excepción. Y
como bien comentan no pocos ciudadanos: cuando los supermercados y tiendas de
todo tipo están vacíos algo está pasando en la ciudad y sus calles.
Corre el día
miércoles y ya se han reportado acciones violentas en el Infonavit Humaya y el
fraccionamiento Canaco y en el sector de El Mirador y colonia 16 de Septiembre;
además en la zona sur de la ciudad que comprende Infonavit Barrancos y colonia
López Mateos, donde incendiaron un camión de la Coca Cola y otro camioncito que
transportaba mercancías.
También se reporta
que en algunos puntos de la autopista Culiacán-Mazatlán hay bloqueos, incluida
la toma de la caseta fiscal de Mármol. Total, la UAS y algunas otras
instituciones siguen con sus clases virtuales y el sentido común vuelve a tomar
vida en los padres de familia, pues no llevaron sus hijos a la escuela. Y
estamos en vísperas de un jueves. Ojalá este nuevo jueves se porte bien.
Tres cosas
llaman la atención ahora: los daños que la economía sufre con la violencia
ahora, encontrar la paz en las calles y la urgente elaboración de un protocolo
sobre la actitud y acciones a tomar si la violencia irrumpe en nuestros
barrios, centros de trabajo, escuelas, en el supermercado o en la calle. No
será fácil recuperar los valores de riqueza no creados ni los ingresos no
recibidos. El Producto Interno Bruto de Sinaloa (PIB) lo resentirá. Esperemos
que las promociones a futuro en diversas actividades ayuden a recuperar una
parte de lo perdido. Pero la autoridad debe atender dos prioridades: devolver
la paz y la tranquilidad en los ocho municipios a donde ha llegado la acción
violenta (Culiacán, Guasave, Mocorito, Navolato, ElDorado, Elota, San Ignacio y
Mazatlán). Y debe hacerlo respetando, en todo momento, los derechos humanos.
Respecto al protocolo de medidas de seguridad ante la inminente posibilidad de
vernos involuntariamente dentro del primer círculo de riesgo, la autoridad se
está tardando mucho para obsequiarnos esas medidas que pueden salvar vidas.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com